Cuando contemplamos las instantáneas de las revistas o de profesionales que han hecho un reportaje de viajes, nuestra primera sensación será la de sentirnos trasladados, proyectados a los paisajes magníficos o a los callejones tortuosos que hayan retratado. Y después, posiblemente, se excite nuestra envidia por comparación con las que nosotros mismos tomamos en nuestras escapadas. Pero tal vez entonces consideremos que nuestra dedicación a la tarea pueda estar en el origen de unos resultados insatisfactorios. Hacer buenas fotos requiere un poco de esfuerzo y atención. Pero con algunas nociones básicas podemos mejorar mucho los álbumes que nos traemos de recuerdo.
Para empezar, y en el bien entendido de trabajar con un equipo mínimamente adecuado, hemos de saber que la fotografía es una pura cuestión de luz. Y que la luz cambia a lo largo del día. Por eso, hay que tener en cuenta que ciertos momentos son más propicios que otros. Cuando el sol está alto en el cielo, la falta de sombras da fotografías planas y sin matices, de manera que resulta mucho mejor dedicarse a esta actividad en los primeros compases de la mañana o los últimos de la tarde. Una luz más calida y expresiva se percibirá en nuestras tomas. Y si viajamos con personas que no comparten la afición, bastará con pactar un rato de la jornada para poder ir a nuestro aire.
Porque el tiempo y la reflexión es otro elemento fundamental para llegar a buen puerto. Ante un monumento o paisaje conviene moverse un poco y estudiar el mejor encuadre para que la foto suscite algún interés y revele aquello que no sugiere su observación. Busquemos pues distintos acercamientos, ángulos, distancias y enfoques y no nos conformemos con disparar desde el centro de la forma más obvia. Y tengamos en cuenta que los fotógrafos profesionales hacen muchas fotografías para seleccionar luego las mejores. La emergencia del formato digital permite hoy que obrar así ya no resulte escandalosamente caro.
Luego está el asunto de decidir qué queremos mostrar y aceptar que o se enseña el entorno o se hace un retrato, pero que ambas cosas raramente pueden reflejarse en una misma instantánea. Esas imágenes en las que se ve la persona en segundo plano y el monumento de turno al fondo pueden ser muy útiles para demostrar que se estuvo allí, pero es extraño que no sean insulsas y puramente turísticas.
Y si queremos retratar a personas que no conocemos, lo más práctico para conseguir cierta naturalidad será pedirles que posen para nosotros, y no disparar furtivamente como si fuésemos papparazzi emboscados para acabar captando orejas y pescuezos. La mayoría de gente, si le explicamos amistosamente nuestra intención, no tendrá inconveniente y, en la mayor parte de casos, bastará con prometer una copia que podremos enviar fácilmente por correo electrónico para lograr tener modelos autóctonos. Eso sí, si podemos convencerles de que sigan con su actividad normal, como si nosotros no estuviéramos, los efectos pueden ser de una naturalidad y transparencia muy reconfortante.
Por último, y aunque sólo la práctica habitual y pensada nos hará progresar, así como ver qué tienen las fotos que admiramos de otros para intentar reproducirlo en nuestro propio ejercicio, hay que tener en cuenta que hoy existen grandes posibilidades de post-produccción. ¿Por qué tener pereza y reparos de mejorar con un software fotográfico nuestro material si contiene pequeños errores que de ser eliminados nos darían una foto estupenda?