El fantasma de Prusia

Europa muestra sus suturas, su bendita falta de uniformidad pese a todos los empeños, en muchos puntos de su geografía. Aun se puede encontrar el testimonio de antiguos movimientos de fronteras, la presencia más o menos viva de culturas y lenguas desplazadas o convertidas en minoritarias, de ciudades de confluencia, del mundo heterogéneo y multiétnico que sucesivas guerras y políticas han querido suprimir. En otros sitios, sin embargo, la destrucción de antiguas huellas que permitiesen intuir un pasado distinto ha sido casi total, así como el exilio forzado de sus antiguos pobladores.

Y aunque no nos falten muchos de esos vergonzantes ejemplos, posiblemente ninguno tenga el simbolismo y el carácter dramático de Kaliningrado, antigua ciudad de Königsberg.
Fundada en 1256 sobre un anterior asentamiento durante la expansión oriental de la orden de los caballeros teutónicos como puerto y fortaleza báltica, creció como prospera encrucijada de caminos, mercado y centro de cultura –en su Universidad impartió clases Kant- hasta que con los siglos engendró una poderosa aristocracia terrateniente y burguesía mercantil que sería el alma de Prusia y el germen, el motor, de la naciente Alemania unificada del siglo XIX.

La misma Alemania que derrotada en la I Guerra Mundial y humillada en el Tratado de Versalles buscaría resarcimiento tras entregarse al desvarío hitleriano. Aislada de Alemania durante aquellos años por el corredor polaco de Danzig, Königsberg siguió siendo el orgullo prusiano y el emblema de su largo asentamiento en el este. Sin embargo, la invasión nazi de la Unión Soviética selló su suerte. Durante la contraofensiva del ejército rojo durísimos bombardeos y combates dañaron su orgullosa efigie.
Era sólo un presagio de las consecuencias que tendría su caída en abril del 1945. Aún antes de quedar formalmente anexionada a la URSS tras la redefinición de las fronteras posterior al conflicto, comenzó el gran éxodo alemán y la rusificación total del territorio. Posteriormente su ancestral castillo fue demolido para erigir encima una Casa de los Soviets como representación del triunfo sobre el militarismo y el fascismo alemán,  los pocos teutones que no se habían exiliado fueron expulsados y se impuso a la ciudad el nombre de Kaliningrado.

Pero cuando en 1989 Polonia abandonaba la órbita soviética y, un poco más tarde, Lituania se independizaba, la región de Kaliningrado volvía a quedar como un enclave aislado. Una circunstancia que ha causado no pocos incidentes diplomáticos, y una subterránea discusión acerca de su soberanía, pero que ha sido aprovechada por el gobierno ruso para convertirla en una especie de provincia autónoma con un estatus económico especial.
Así, la visita a la perdida Königsberg puede deparar una honda comprensión de la tortuosa historia europea. Superposición de muchos estratos –aun se conservan algunas casas y monumentos de época alemana, como su catedral, esparcidos entre los típicos bloques de la era soviética- aquí se concentran con especial intensidad los fantasmas de un pasado que no debería repetirse.

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