El concepto de estado-nación, un término jurídico y político no sólo históricamente bastante reciente sino también de escurridiza definición, está en algunas sociedades tan asimilado que a sus miembros se les hace difícil comprender que nuestro mundo tiene y ha tenido muchas otras posibilidades organizativas, y que también pueden existir estados plurinacionales, naciones sin estado y hasta estados sin nación o territorio.
Este último caso es el más particular, y se circunscribe a un reducidísimo puñado de excepciones. Y de todas ellas, ninguna resulta más llamativa y paradójica que La Soberana Orden Militar y Hospitalaria de San Juan de Jerusalén, de Rodas y de Malta.
La Orden de Malta es la heredera directa de la orden caballeresca del Hospital de San Juan en Jerusalén, fundada en el siglo XI primero para socorrer a los peregrinos y después para combatir a los sarracenos. Su prodigiosa historia estuvo a punto de truncarse cuando en 1291 se tomó San Juan de Acre y los caballeros tuvieron que abandonar Palestina. Empezó allí su peregrinación, primero a Chipre y luego a Rodas, donde edificaron su maravillosa ciudad, que retuvieron pese a los duros asedios turcos hasta 1522. Fue entonces cuando el emperador Carlos I les concedió la soberanía de las Islas de Malta y Gozo, con la condición de mantenerse neutrales en las guerras entre países cristianos. Algo que no impidió que La Valetta fuera un prospero puerto comercial y refugio corsario.
Sin embargo, en su plan para derrocar poderes que pudieran socavar su dominio en Europa, Napoleón invadió Malta en 1789 y forzó a la orden a nuevo exilio. Y no fue hasta 1834 que encontró un emplazamiento hasta hoy definitivo: el Palacio Magistral de la Via Condotti de Roma.
Es en ese cuartel general donde se fue fraguando la que algunos han dado en llamar la ONG más antigua del mundo. Su condición de estado soberano no territorial pero reconocido internacionalmente, aunque con vínculos jurídicos con la Santa Sede vaticana, se complementa con la definición de la orden que da su carta constitucional: religiosa compuesta por laicos, militar, caballeresca y tradicionalmente nobiliaria, cuyo fin principal es promover la gloria de Dios. Pero tras esa definición altisonante, y pese a su compleja organización que contempla grados, rangos y títulos en generosa abundancia, su dedicación principal es la ayuda a la cooperación y desarrollo y la adaptación a los tiempos modernos de su vieja misión hospitalaria en forma de obras sociales en los cinco continentes.
Además de sus emisiones filatélicas y numismáticas, su derecho a emitir pasaportes o sus relaciones diplomáticas formales con 80 países –hechos todos que demuestran que su soberanía es algo real y no sólo una cuestión de cortesía- la peculiaridad no tener territorio no excusa que sus propiedades tengan la misma consideración que una embajada, y que por tanto sean inviolables y que de puertas adentro se rijan por sus propias leyes y estatutos. Unas propiedades que, para mayor alegría de los caballeros –nobles en una gran proporción, pero también personas que han destacado por su vida ejemplar o sus servicios a la “defensa de la fe y servicio de los pobres”- se han ampliado recientemente con la devolución de algunas de sus posesiones en la amada isla que les presta el nombre.
Y he aquí nuestra sugerencia: un recorrido por los vestigios pasados y testigos presentes de esta singular organización, que será también un viaje deslumbrante por 900 años de historia mediterránea y por un legado arquitectónico, artístico y humano asombroso. Tras las huellas de la orden y su bello rastro de tradiciones y protocolos venidos de un tiempo ya casi cancelado.