El espíritu del éxtasis

Los amantes del motor tienen a un privilegiado y reducido número de constructores en el altar de sus devociones. Y luego está Rolls-Royce. La joya de la corona. La máxima expresión de la ingeniería automovilística. La encarnación de la belleza y la perfección técnica sobre cuatro ruedas.

Cuenta la leyenda que cuando un cliente se interesaba por la potencia de uno de esos vehículos, los responsables de la casa respondían “La suficiente, señor”. Esa expresión, que describe muy bien la aureola de elegancia británica y confianza en sí misma de la marca, se asentaba en una tradición nacida en 1906 y engordada con sucesivos modelos que cumplían aquella exigencia de sus fundadores Henry Royce y Charles Steward Rolls por la cual no ha de aceptarse algo que sea casi correcto o “suficientemente” bueno. Y desde el nacimiento ese mismo año de su primer coche de fama, el Silver Ghost, con motor de seis cilindros, tal fue el designio de la fábrica de Derby.

Más adelante, Rolls-Royce, que ya se caracterizaba por lo caro de sus precios, añadiría exclusividad al permitir personalizar el vehículo a su comprador con “todo lo que fuera legal”, sillones con el material que se les antojara, remates en oro y piedras preciosas o la excentricidad que tuvieran a bien pedir. Eso sí, sin alterar rasgos fundamentales de su inconfundible diseño: los radiadores artesanales que han llegado a inspirar ensayos de estética y comparaciones con los templetes neoclásicos o la estatuilla modernista que los corona e identifica, Emily, el espíritu del éxtasis.

También embarcada en la construcción de motores aeronáuticos y con apuros financieros, en los primeros 70 Rolls Royce acabó desgajándose en dos compañías, y la que siguió dedicada al negocio automovilístico, tras ser comprada por Vickers y sufrir sucesivas crisis, parecía abocada a una lenta extinción. Sin embargo, la venta de patentes y licencias coincidió con un revival del automóvil clásico y, tras una batalla entre Volkswagen y BMW, ésta última acabó haciéndose con los derechos a utilizar el nombre de la marca. Un duro golpe para el orgullo de la declinante industria del automóvil británica, pero también la garantía de supervivencia de su más hermoso  fruto. Hoy, el Phantom y el Drophead Coupé acerca de los cuales puede uno informarse en la web de Rolls Royce son los dignos continuadores de una estirpe de leyenda.

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