El Bond más personal

Esta nueva entrega de la saga Bond nos habla del paso del tiempo, de cómo la experiencia es un grado que no debe dejarse de lado. Aunque, efectivamente, la edad y las balas limitan al, por otro lado, casi inmortal, James Bond que, como a cualquier ciudadano de a pie, se deprime, no se afeita y, para hacernos comprender hasta qué punto ha tocado fondo, bebe una conocida marca de cerveza en lugar de su ya clásico Martini “mezclado, no agitado”.

La trama comienza con el robo de un disco duro que contiene una lista de todos los agentes de campo en activo del MI6. Tras una espectacular persecución por Estambul, Bond es abatido por su compañero, otro agente de campo, a causa de un error. M escribe la necrológica de 007 y se dispone a afrontar una crisis interna por la pérdida del material que ha tenido como consecuencia la muerte de varios de sus hombres.

La película nos reserva varias sorpresas que, evidentemente, no vamos a desvelar. Algunas nos muestran una cara desconocida del agente 007 -datos de su niñez, por ejemplo- pero, sobre todo, su esencia: la lealtad por su país pase lo que pase, incluso en sus peores momentos personales.

Por otro lado, no podemos dejar de mencionar la excelente fotografía y los maravillosos escenarios. Unos efectos especiales que están más que logrados y la música de Adele que, en la tradicional línea de los temas de la saga, acompaña a la perfección. El ambiguo villano -interpretado por Javier Bardem- es creíble y se nos presenta como una persona desencantada que ha cambiado sus lealtades por el poder. No pretende conquistar el mundo, si no vengarse porque le han olvidado, sintiéndose como un peón en un juego que se le escapa de las manos.

Como todas las de Bond, una película de acción; pero esta vez, con mensaje. Vale la pena verla en el cine, disfrutar de los increíbles efectos especiales y descubrir al Bond más cercano a cada uno de nosotros, sin dejar de ser un 007.

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