El asesino silencioso

Algunos historiadores recuerdan que la conquista de tierras bajas y lagunas para el cultivo y el establecimiento de ciudades es uno de los grandes movimientos de la civilización europea. Pero en esa lucha hubo que batirse con un depredador formidable y letal: las hembras de mosquitos anopheles contaminadas de protozoos plasmodium. O por decirlo con el crudo y llano nombre de origen italiano que evoca la antigua creencia en una enfermedad debida a aires insalubres: la malaria.

Por fortuna, y aunque amenazadoras noticias auguren su retorno con el cambio climático, las tierras del continente quedaron limpias de esta plaga hacia 1940, cuando la desecación de marismas en el Guadalquivir expulsó a los últimos mosquitos endémicos.

Sin embargo, y pese al desarrollo de inmunidades adquiridas de forma natural, el azote del paludismo sigue siendo una de las principales causas de mortalidad en las zonas tropicales de África, Asia, América, África y las islas del Pacífico. Y si alguien se dispone a viajar a cualquiera de esos lugares conviene que tome precauciones con mucho anticipo.

La quimioprofilaxis preventiva será fijada por las delegaciones de Salud pertinentes o por los centros de medicina tropical de algunos hospitales. La evolución de la especie, que ha creado resistencias a algunos medicamentos, y los distintos tipos de plasmodium hacen que no exista una fórmula única y que haya que consultar cada caso de modo individualizado. Por lo general, son fármacos como la cloroquina, el proguanil, la doxicilina o la mefloquina los que hay que consumir antes, durante y después del viaje. Esto último es indispensable, pues una parte nada desdeñable de los casos de malaria documentados en Europa se debe al abandono o relajación del tratamiento una vez se ha retornado a casa.

Sin embargo, todavía no se ha dado con una vacuna definitiva contra la enfermedad y algunas medidas suplementarias ayudan a minimizar los riesgos. El uso de mosquiteras, las prendas de manga y pierna larga, sobre todo en humedales y cuando cae la tarde o el empleo de repelentes pueden impedir que nos pique un ejemplar infectado. Un arsenal al que se han añadido  en los últimos años inventos como los equipos emisores de ultrasonidos que desorientan y ahuyentan a tan letal progenie.

Si pese a todo sucumbimos a sus asechanzas, no ha de cundir el pánico. Con el tratamiento adecuado la malaria ha dejado de ser una dolencia mortal o casi crónica. Eso sí, según la variedad, nos pueden esperar momentos duros: tras su incubación sobrevienen malestares, dolores de cabeza, nauseas, debilitamiento general, somnolencia y algunos episodios de altísimas fiebres. Unas crisis que en el caso del plasmodium falciparum pueden ser diarias o muy agudas si el agente patógeno es el temible plasmodium malariae. Si pese a todos los cuidados se percibe algunos de estos síntomas al regresar de una zona de riesgo, hay que acudir al médico de inmediato. Un temprano diagnóstico puede ahorrarnos padecer el calvario de los muchos que se las han tenido que ver con el más eficaz de los asesinos silenciosos.

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