El arte del bien escribir

Las nuevas tecnologías de la comunicación están provocando que la letra manuscrita apenas sí se utilice para garabatear, con suerte, alguna nota suelta. Como si fuesen cosa de la Edad Media, plumillas, plumas, estilográficas y artilugios similares han quedado relegados por ordenadores, agendas electrónicas, pda’s, tabletas y demás dispositivos electrónicos, cambiando el trazado con tintas por teclas y puntos luminosos sobre una pantalla. Además, el ritmo trepidante de estos tiempos ha hecho que el escribir ‘despacio y con buena letra’ nos transporte a tiempos como en los que monjes amanuenses se esmeraban en la copia de escritos de toda índole, haciendo de la escritura todo un arte: la caligrafía. O como la define María de Moliner en su Diccionario de uso del Español, “el arte de escribir a mano con hermosa letra”.

De seguro que los ejercicios de caligrafía son uno de los recuerdos que aparecen al evocar nuestra niñez ya lejana. Ese ‘sudar tinta’ hasta aprender a coger correctamente la pluma o el plumín, y esa lucha contra los borrones y la tinta corrida. Y es que escribir con buena letra, que tanto dice de nuestra personalidad, requiere del esfuerzo de la práctica. Un empeño que se convierte en titánico cuando pasamos a palabras (¿o debería decir letras?) mayores como la caligrafía artística.

La forma más antigua de escritura de los existentes hoy en día que se conoce son los caracteres chinos (sobre el año 2.650 a.C.). De hecho la cultura china sigue dando en nuestros días una gran importancia a la caligrafía, basándose en la belleza visual de los ideogramas, su técnica de realización y los preceptos metafísicos de la cultura tradicional china. También los japoneses cuentan con el Shodo (su caligrafía tradicional), como una de las bellas artes más populares en el país nipón, impregnada además de todo un sentido filosófico.

Por lo que se refiere a la escritura occidental, se desarrolló muy posteriormente y de forma independiente originándose a partir del alfabeto latino. Mientras los monjes copistas del medievo escribían sobre pergaminos, la cultura islámica desarrollaba también su propia caligrafía a partir del alfabeto árabe, convirtiéndose en un arte decorativo arquitectónico como resultado de la prohibición religiosa de la representación de seres vivos.

Probablemente la paciencia y el esmero sean las claves fundamentales para llevar a cabo este arte, pero desde un punto de vista práctico se pueden tener en cuenta algunas indicaciones para comenzar a practicar esta modalidad artística:

Utilizar papel rayado en el que las líneas nos sirvan de guía. Es importante tener manos y brazos firmemente apoyados en la mesa y que la mano con la que escribimos cuente con espacio suficiente para evitar que choque con obstáculo alguno que impidan los trazos continuos y seguros. En cuanto al instrumento de escritura, la pluma estilográfica es de los más recomendables por su acabado.

En cuanto al tipo de letra los más habituales son la Itálica (letra de imprenta con una inclinación hacia la derecha que la hace asemejarse a la cursiva), la inglesa o Copperplate, más inclinada aún que la anterior y con rasgos góticos, letra Gótica, que se caracteriza por sus perfiles rectos, que rompen las líneas redondeadas de los caracteres y la Minúscula carolingia. Con unas formas redondeadas que permiten que sea legible pese a su tamaño.

No es difícil encontrar en formato ‘tradicional’ (entiéndase en papel) o en Internet manuales y tutoriales que nos den las pautas para elaborar cualquiera de esta u otras letras con las que dar un toque artístico a nuestros manuscritos de mayor importancia como invitaciones, felicitaciones, tarjetas o firma.

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