Como maharajaes

Si hay una realidad que responda a la imagen romántica de la India, de sus templos de recargada ornamentación, mansiones de lujo suntuoso y un aire general de voluptuosidad mística; esa imagen tan fomentada por la ocupación colonial, los escritores nacidos o instalados en el Raj y las series y películas que se han hecho sobre todo ello, esa es la del Rajastán. Esteestado noroccidental de la India no es sólo, por méritos históricos y patrimoniales, uno de los principales destinos turísticos del país, sino para muchos, una de sus destilaciones más esenciales. Una poderosa razón está en su historia de acaudalados thakuras y maharajaes, dueños señoriales de grandes predios que asombraron a los mismos británicos por su fortuna y el oropel en el que vivían envueltos.

La independencia india supuso la decadencia del influjo político de esta casta de reyezuelos, pero su legado de hermosos palacios sigue ejerciendo su fascinación para todos los visitantes que recalan en las ensoñadas ciudades como Jaipur, Uidapur o Jaisalmer.

Sin embargo, ahora puede irse un poco más lejos, gracias al anuncio del gobierno del estado de la puesta en venta de muchas de sus propiedades para recaudar fondos, entre las que se hallan algunas de esas haciendas que fueron expropiadas o malvendieron en épocas de carestía los descendientes de aquellas familias aristocráticas. La joya más codiciada de esa corona de liquidaciones es el mismísimo palacio de Badnore, aunque en el lote haya también fortalezas tan imponentes como la de Madhorajpura y un buen puñado de casas solariegas que pertenecieron a príncipes, mercaderes y otras gentes de alcurnia.

El problema no es ya tanto disponer del dinero para adquirirlas (en el caso del fuerte bastaría con unos 700.000 € de nada), sino afrontar unos gastos en reparación y mantenimiento que ya en su momento fueron la causa de que se vendieran y que ha llevado al estado de Rajastán a optar por esta solución ante la imposibilidad de conservar adecuadamente estos tesoros. Así, con su jugada, se pretende conseguir una triple carambola: recaudar dinero, atraer a inversores y turistas ricos y pasar la responsabilidad de preservar ese patrimonio a sus nuevos dueños.

No obstante, no todos parecen tan satisfechos por la solución. Precisamente aquellos que los edificaron, o más bien sus descendientes, se sienten agraviados por la decisión, pues argumentan que su venta se produjo en condiciones de imposición y que, ahora, sería el momento de reparar la injusticia. Su prédica, sin embargo, no parece haber tenido demasiada repercusión, por lo que si estás pensando en un retiro dorado entre jardines encantados y cadenciosa música de cítaras, esta puede ser tu oportunidad.

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