Allí donde fueres…

Costumbres, gastronomías, formas de vida, usos sociales, devociones y modos de celebración distintos. Si viajar tiene sentido, lo tiene por algo más que recrearse la vista con bonitos paisajes y obras artísticos. Significa exponerse a esa variedad del mundo y aprender que nuestra forma de ser y comportarnos en sociedad no es la única posible y válida.

No obstante, algunas de esos hábitos que encontramos al salir de casa nos pueden resultar chocantes, y no conocerlos de antemano puede meternos en situaciones embarazosas. A un nórdico le sorprende que en el sur de España se aplauda a los muertos en los entierros de personalidades famosas y queridas, del mismo modo que a nosotros nos puede dejar descolocados que en el mundo árabe sea frecuente que los amigos varones vayan por la calle cogidos de la mano.

Consolidadas por muchos motivos, a veces perdidos en la noche de los tiempos, algunas de esas formas de desenvolverse pueden ser muy desconcertantes por su peculiaridad. Es sabido, por ejemplo, que los búlgaros, cuando afirman con la cabeza quieren realmente decir “no” y viceversa. Mientras que en Grecia, levantar la palma de la mano para llamar a un camarero será considerado una grosería muy insultante.

Con los gestos hay que andar siempre con tiento, porque muchas veces no son un código compartido universal: en Yemen, si nos cogemos la barbilla con la mano, estamos insinuando que nuestro interlocutor es un caradura y que no le creemos, en Gran Bretaña, hacer el signo de la victoria (o pedir dos billetes de metro) con los dedos vueltos hacia la persona a la que nos dirigimos viene a significar algo como “que te den por saco” y cuando un italiano del sur aprieta las yemas de sus dedos expresa algo entre la disconformidad, el estupor y el reproche por las palabras de su contertulio. Otras manifestaciones de lenguaje corporal, en cambio, no tiene sentido en muchos entornos: nadie entenderá que demos vueltas a nuestro índice sobre la sien para señalar que alguien no está bien de la cabeza.

Las reglas de hospitalidad también tienen sus oscilaciones: si visitamos una casa en Japón, hay que procurar descalzarse; aunque normalmente unas pantuflas para invitados en la misma puerta nos ofrezcan pistas de lo que se espera de nosotros. Y mejor no cometer la indelicadeza de comer en una mesa musulmana con la mano izquierda (o mucho menos usarla para saludar), tradicionalmente empleada para otros menesteres incompatibles con la urbanidad en la mesa. Y mientras que a nosotros nos resultaría extravagante que alguien se nos presentara con un paquete de café a cenar, hay países donde ese u otros presentes son mucho más normales que una botella de vino o unos dulces.

Cuidado también con las normas de conducta: en las Olimpiadas de Pekín, el gobierno chino trató de mitigar la naturalidad con la que los naturales del país escupen por la calle, aunque eso allí no se considere impropio o, por hablar, en plata, una guarrería. En cambio, quizás no sepamos que a ellos les produce parecido efecto el hecho de sonarse la nariz en público. Y desde luego hay que evitar regalar un reloj de pared, un presente con connotaciones muy siniestras en su cultura.

Incluso en algunos casos, ciertos comportamientos incívicos contemplan severas penas legales: en la prohibicionista Singapur comer chicle conlleva una sanción pecuniaria, mientras que la reincidencia en tirar papeles fuera de la papelera puede costarnos una pena de trabajos sociales.

Más divertida puede ser la reacción de personas inadvertidas cuando, en algunas culturas africanas, como parte de las primeras preguntas cuando dos personas se conocen, se indague sobre la satisfacción o no de nuestra vida sexual. Y no mucho más discreto puede parecer a algunos que un tailandés o vietnamita considere de buen tono preguntarnos cuáles son nuestros ingresos o situación económica, así como hacernos partícipe de la suya. Hablar de dinero sin tapujos, de hecho, sigue formando parte de nuestros tabúes sociales.

En conclusión, hay una única norma aceptada de modo planetario: tratar de imponer cuando estamos fuera nuestras propias costumbres y no mostrar deferencia por las locales nos caracterizará como personas rudas, arrogantes y poco dignas de confianza.

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