Abordajes de moda

En este pequeño desahogo semanal, en el que Mayormente se despega un poco de la realidad y se evade por los senderos del lujo, hemos hablado a menudo de relojes de los grandes artesanos suizos, de zapatos de las marcas más exclusivas y de prendas caras hasta la extravagancia de las más reputadas casas de costura. Vamos, cosas que no precisamente todo el mundo puede permitirse. Pero todavía no nos habíamos interesado por su reverso en el espejo. Eso que algunos llaman “Moda fake” o, en castellano, “Moda falsa”. Y cuyo principal atractivo es que si está al alcance de la mayoría.

Lo cierto es que la moda de marca vende varias cosas: prestigio, exclusividad, una cierta imagen de quien la viste, diseño, factura… y es difícil de decir en qué orden. Igualmente, quien recurre a las réplicas puede tener varias motivaciones. En ocasiones, el afán se limita a conseguir una pieza que le gusta pero que no puede pagar en su versión original. En otras, en cambio, pretende hacerse pasar por alguien que “puede” permitirse determinado bien preciado. Fardar, en suma. Sea como sea, la industria de la falsificación no ha parado de florecer, gracias en parte a la globalización y el acceso a la producción bajo cuerda que se hace en paises asiáticos. En China, en ciudades como Shenzhen o Pekín, por ejemplo, hay mercados enteros, pensados especialmente para occidentales, dedicados a la venta de estos clones de los Gucci, Loewe y demás primeras espadas del lujo. Pero China también viene a casa y ya existen ciertas calles de grandes ciudades en las que es un secreto a voces que se venden réplicas, aunque en este caso escamoteando logotipos para evitar acciones legales por violación de copyright.

Y es que la “moda falsa” tiene para muchos un componente ético que debería examinarse antes de apostar por ella. Hay quien lo percibe como un abuso del genio y del trabajo legítimo de alguien y de la empresa que ha apostado por él, con el perjuicio que se deriva de la suplantación. Otros añaden que la producción de esos materiales tiene lugar en talleres sin apenas derechos laborales y en pésimas condiciones de sueldo y horario, aunque lo cierto es que muchas veces no sean excesivamente mejores en los talleres de referencia (de hecho, puede llegar a darse el caso de que sean el mismo).

Pero también hay quien opina que las marcas copiadas son las primeras que se benefician de la clonación. No ya porque su divisa y su nombre reciba publicidad gratis, sino porque resulta muy común que la persona que se merca una copia termine al cabo del tiempo comprando una auténtica. Además, se suele decir que este efecto de “democratización” que impulsa el fenómeno hace que, pese a su elitismo, la alta costura tenga una presencia en el imaginario público muy superior a la que podría por sus propios medios.

Con todo, no hay que pensar que la copia de diseños, ideas, colecciones sea sólo un asunto oscuro de falsificadores orientales sin escrúpulos. Es proverbial que a grupos de moda rápida como Asos o Inditex se les atribuye una sistemática “inspiración” en el talento ajeno. Incluso hay un blog tan divertido como Devil wears Zara que rastrea todos los indicios. Por su parte, las querellas y polémicas entre grandes nombres son más que habituales de lo que se piensa y compañías como Louboutin e Yves Saint Laurent, entre otras muchas, han estado litigando por los derechos de lo que, en realidad, está protegido por leyes de propiedad intelectual. Sólo que muchas veces resulta difícil determinar dónde empieza el plagio y dónde puede invocarse a la tendencia de la temporada.

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