La fiesta de San Isidro es, en la Capital, sinónimo de una vuelta al casticismo más puro que, desde hace décadas, cada vez resulta más difícil de encontrar en una ciudad más volcada en salir delante de una ajetreada existencia que en tradiciones que, pese a que se celebran en un día festivo, muchos de los residentes ignoran.
El Santo madrileño por excelencia murió en los albores del siglo XII. Su mujer y él, Santa María de la Cabeza, dedicaron su vida a trabajar y cuidar de una pequeña iglesia; un matrimonio sencillo y trabajador hacia al que muchos sienten devoción por lo fácil que resulta identificarse con ellos. Pronto surgieron historias sobre su santidad y milagros, así fueron gestándose las tradiciones que Goya retrató con su pincel y que todavía hoy continúan vigentes.
Cada año se repite la Romería a la Pradera del Santo, que actualmente está integrada en el casco urbano de Madrid. Del mismo modo, miles de madrileños se acercan a beber el agua del Santo allí donde, según reza la tradición, San Isidro hizo brotar una fuente con poderes curativos que durante siglos han atraído a todo tipo de peregrinos. Quizá unos de los más célebres fueron Carlos I de España y V de Alemania y su hijo, Felipe II, quienes sanaron de unas fiebres tras beber el agua milagrosa; mandando construir en 1528 una nueva Ermita como prueba de su agradecimiento.
Hoy en día, la Pradera se llena con puestos de botijos para llenarlos de agua del santo, pero también de chiringuitos donde se sirven los platos tradicionales de la ciudad: cocido, entresijos, gallinejas y, cómo no, rosquillas del santo. Es costumbre pasar el día haciendo picnic y, durante la semana festiva, dejarse caer por las vistillas, donde ferias, conciertos y chotis hacen las delicias de los madrileños más animados.
Foto: Chulapos bailando el chotis en las fiestas de San Isidro. Autor: Barcex