Hoy hace un año de la renuncia de Ratzinger al pontificado para dedicarse a la oración y el retiro espiritual.
Tras la muerte de Juan Pablo II, el hasta entonces cardenal Ratzinger, fue elegido como su sucesor después de dos días de cónclave y dos fumatas negras. Se trataba del segundo Papa más viejo desde el siglo XVIII, con 78 años y, más tarde se convertiría en el primero en renunciar en casi 600 años.
Benedicto XVI, en sus primeras palabras en el balcón del Vaticano, ya mostró su absoluta humildad y admiración por su antecesor cuando dijo “después del gran papa Juan Pablo II, los señores cardenales me han elegido a mí, un simple y humilde trabajador de la viña del Señor. Me consuela el hecho de que el Señor sabe trabajar y actuar incluso con instrumentos insuficientes, y sobre todo me encomiendo a vuestras oraciones”.
A lo largo de su pontificado habló alto y claro del derecho a la vida de los más indefensos, los no natos y los mayores: “las personas mayores son una bendición para la sociedad y sólo Dios puede disponer de la vida desde su nacimiento hasta la muerte natural“.
En otras declaraciones sobre el aborto y la eutaniasia dijo que “cada uno de nosotros es querido, cada uno es amado, cada uno es necesario. La vida es un don único, en todas sus etapas, desde la concepción hasta la muerte natural, y Dios es el único para darla y exigirla“.
Casi 8 años después de ser elegido Sumo Pontífice de la Iglesia católica, Ratzinger alegó “falta de fuerzas” debido a su avanzada edad (86 años) y renunció al ministerio de obispo de Roma y sucesor de Pedro, una dimisión que hizo efectiva el 28 de febrero de 2013 y desde la cual vive retirado en el Monasterio Mater Ecclesiae dedicado en cuerpo y alma a la oración.
Desde entonces Benedicto XVI ostenta el título de Papa emérito y obispo emérito de Roma, con el tratamiento de Su Santidad.