Flexibilidad en la tercera edad: que ninguna rigidez nos detenga

La pérdida de flexibilidad es un fenómeno natural a medida que nuestra edad avanza, pero hay una gran diferencia entre no tener la misma que cuando éramos jóvenes y perder autonomía por su culpa. Tratándose además de un deterioro que puede atenuarse mediante el ejercicio, hay pocas excusas para no sacar unos minutos al día y hacer alguna actividad que nos hará sentir mejor, nos garantizará una mejor movilidad y nos evitará malas posturas y gestos gracias a mejorar la capacidad de combinar movimientos y amortiguar la atrofia muscular.

La flexibilidad es una característica involutiva, que responde bien cuando la trabajamos, pero que también decae rápido cuando no lo hacemos. Por eso, se hace necesaria especialmente en personas que habiendo mantenido una actividad intensa, la abandonan súbitamente. Por ejemplo, en jubilados con un trabajo físico. También, claro está, para aquellas que realmente nunca han hecho deporte.

Hay varias opciones de iniciarse en ejercicios que trabajen este aspecto de forma específica. Disciplinas orientales como el yoga o el Tai Chi le dan mucho relieve y pueden ser una forma de hacerlo de manera regular y en compañía. También el aquagym o incluso la propia natación pueden proporcionar un adecuado entrenamiento de esa capacidad.

Aun así, muchas veces no contamos con la disponibilidad para acudir a un centro en el que se impartan estas disciplinas o simplemente preferimos hacer algo por nuestra cuenta. En Internet podemos encontrar varias muestras de tablas de ejercicios que sirven a este fin. Por ejemplo, en Youtube pueden seguirse las clases de gimnasia para hacer en casa y orientadas a mayores de Raquel Talavera. También puede acudirse a un fisioterapeuta que nos instruya sobre el mejor tipo de ejercicio para nuestro caso particular.

Sea cual sea la opción que elijamos hay que tener en cuenta cuatro principios básicos.

1. El ejercicio ha de ser de intensidad moderada. Forzar demasiado el ritmo puede provocar lesiones o bien limitar la adherencia al ejercicio. La flexibilidad no mejora de un día para el otro y es más bien un trabajo constante y de largo vuelo el que consigue progresos.

2. Ha de seguir una progresión: ir de menos a más, aumentando el número de ejercicios y su amplitud a medida que se avanza. No conviene forzar las articulaciones de golpe, ni realizar extensiones por encima de nuestras capacidades. El ejercicio óptimo no debe producir dolor o molestia y ha de ser más relajante que otra cosa.

3. Conviene que sea frecuente: es mejor plantear los ejercicios como una rutina que se haga a menudo, 3 o 4 veces por semana, o incluso a diario si tenemos voluntad para ello.

4. Y duradero: Si hacemos ejercicios de tipo estático, los estiramientos han de ser prolongados, mantener las posiciones un mínimo de 15 segundos. Lo que significa guardarse un poco de tiempo para no andar con prisas y querer liquidar la sesión por la vía expeditiva. La flexibilidad requiere, más que un esfuerzo elevado, perseverancia y paciencia.

Foto: Shutterstock

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