Toma la pluma

El oficio en el terreno de la literatura ha sufrido de una recurrente mala fama, quizás auspiciada por el mito del creador anárquico, intuitivo y guiado por los impulsos caprichosos de su estro. Sin embargo, un gran escritor como Stendhal decía que la literatura era un porcentaje muy pequeño de inspiración y uno muy alto de trabajo, y que para que sus libros saliesen adelante le era preciso aplicarse todos los días unas buenas horas en su escritorio. Y claro está, una técnica y unos recursos que se pueden adquirir de muchos modos.

Esa es la función que desempeñan las escuelas de narrativa, con una ya larga tradición en los países anglosajones pero que apenas asoman la cabeza en el nuestro. Pero la tarea de ayudar a asimilar las fórmulas, estrategias creativas y modos de organización de los elementos que componen una novela no ha sido hasta la fecha merecedora de ninguna regulación que desembocará en un sistema de estudios reglados con reconocimiento oficial.

A pesar de ello, diversas universidades y centros privados han ido incorporando cursos y programas que más temprano que tarde pudieran llenar ese hueco que sí está cubierto en campos como las bellas artes o el arte dramático. De masters y postgrados a talleres a los que puede apuntarse cualquiera independientemente de su formación, todos los que sientan inclinación por la escritura pero quieran perfeccionar sus conocimientos para hacerlo con mayor excelencia pueden informarse en centros como la Escuela de escritores (con cursos presenciales en Madrid, Burgos o Zaragoza) o la Escola d’Escriptura de l’Ateneu de Barcelona. Las posibilidades incluyen la especialización en determinados géneros, información sobre libros, concursos y certámenes, conferencias con escritores publicados o el contacto con profesionales que pueden aconsejarnos como dar nuestros primeros pasos o encontrar un cauce adecuado a nuestras necesidades de expresión.

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