Los mayores, por más que a veces se nos quiera relegar a esferas en las que no molestemos, estamos en condiciones de ventaja a la hora hacer algunas aportaciones a nuestra sociedad que son tan importantes o más que aquellas fruto de una lógica puramente productiva y monetaria. Sin ir más lejos, es muy posible que seamos depositarios de una memoria que, sin nuestro testimonio, podría desaparecer sin dejar rastro.
Es así, como han demostrado filólogos, historiadores, antropólogos o folkloristas, en muchos ámbitos de la investigación del pasado, en los que personas de edad han ofrecido datos fundamentales para la recuperación de hechos, expresiones o legados condenados sin ellos a la sombra. Sin ir más lejos, es lo que sucede con el patrimonio, tanto con el inmaterial (fiestas, costumbres, tradiciones) como con el propiamente arquitectónico.
Y es que no solo los grandes monumentos, castillos, palacios o iglesias forman parte de nuestro legado, sino también muchos elementos más modestos, pero que son ya parte del paisaje y la memoria sentimental de una comunidad: casas antiguas, fuentes, lavaderos, elementos de decoración, tramas urbanas…
Para documentar la historia y hechos ligados a estos lugares, cuando los ayuntamientos hacen los inventarios patrimoniales, los técnicos acostumbran a recurrir a informantes mayores de la población, pues comúnmente son quienes guardan noticias no fijadas en ninguna otra fuente documental.
Un gran ejemplo de esto que decimos es ahora accesible gracias a la pionera iniciativa de la Diputación de Barcelona, que ha colgado en la red los mapas de patrimonio de todos aquellos consistorios que han seguido su recomendación de disponer de uno (de momento, lamentablemente, son minoría).
Se trata de una herramienta apasionante que permite explorar las fichas de cada elemento registrado, donde se detalla la clasificación, descripción, historia y bibliografía.
Y sirve también como forma de concienciación de lo frágil que sigue siendo buena parte de lo que conservamos. Porque aunque la actual Ley de Urbanismo aconseje hacer catálogos de patrimonio, no existe una obligación formal, y muchos gobiernos municipales da la impresión que casi prefieren evitarse un instrumento de este tipo, que en caso de querer intervenir, modificar o eliminar ciertos componentes incluidos en él, podría causarles serios problemas.
Sin embargo, una divulgación de estas cuestiones o la transmisión de las historias que van vinculadas a determinados lugares ayudan a aumentar la demanda social de que los consistorios asuman la responsabilidad de conservar y poner en valor lo que cada lugar tiene. Y, además, cualquier ciudadano puede impulsar propuestas de declaración de elementos patrimoniales como Bien cultural de Interés Local u otras por el estilo. Todas estas acciones habrán de contribuir a que España entre de una vez en la verdadera modernidad, que es precisamente lo opuesto a demoler todo lo que se ponga por delante con el pretexto de ser “viejo” o poco rentable.