Vistiéndose por los pies

El más humilde de los cajones, la última prenda a la que asociar glamour y estilo, la primera en descuidarse y ser tan negligente con ella como para que unos siga poniéndosela incluso con agujeros y sietes. Porque a diferencia de lo que ocurre con las medias femeninas, siempre vistas a través de un filtro de sofisticación y erotismo, los calcetines se han tratado a menudo como un huérfano en el armario trasero de la moda.

Y sin embargo, existe un dandismo que no renuncia a que sus calcetines vayan impecablemente a juego con el resto de su indumentaria, que sean incluso una nota audaz y de color como contrapunto a ternos demasiado sobrios o simplemente a que la caricia de los mejores tejidos y costuras acomode sus pies.

Cuando se trate de amantes de buenos hilados, excelentes tejidos, a la vez ligeros y resistentes, mayormente consumidores tradicionalistas que anteponen la calidad al precio, su refugio ideal son las mercerías tradicionales. A diferencia de tantos grandes almacenes, muchas de estas tiendas siguen abasteciéndose en fábricas europeas que en su apuesto por un producto irreprochable han conseguido resistir al embate del textil asiático. Marcas como las catalanas Orión o la centenaria Cóndor para niños representan un reducto de resistencia que algunos premian con su fidelidad.

Sin embargo, cuando hablamos del comprador con un punto snob, dispone de recursos todavía más exclusivos. Por ejemplo, la tienda romana Gammarelli, conocida por ser la sastrería de obispos y prelados vaticanos y que sólo factura en los tres colores clásicos que precisa su original clientela: negro, morado y rojo. Pero gracias a un acuerdo con la tienda online francesa Mes Chaussettes Rouges, pueden también conseguirse online por el precio de 20 € el par. Además, desde hace algún tiempo, hay que añadir a esa oferta la de Mazarin, que con idénticos principios de fabricación ha ampliado la reducida paleta al verde, al amarillo y hasta al rosa.

Los que militen en el campo de la elegancia más sobria, también deben conocer ya a Falke, la calcetería alemana que con su trabajo en cashmere mezclado con nylon y algodón se ha ganado la confianza de los conocedores como una sólida clase media-alta. Aunque si hablamos ya de lujo y de tarifas que sólo bolsillos desahogados estarán dispuestos a abonar, entonces mejor acercarse a Milán y pasearse por el catálogo de Marcoliani o desplazarse un poco hacia el sur, a la búsqueda del Calzificio Bresciani. Estos últimos tejen calcetines de 100% seda que por 50€ la pareja son una alternativa delicada y muy agradable a la lana o el algodón dominantes.

Aunque si se trata de distinción máxima, siempre queda o bien hacérselos hacer a medida en la sastrería, opción siempre apropiada para un gentleman sin fisuras, o bien pasar al otro lado de la frontera alpina y descubrir la oferta de Zimmerli. Hechos totalmente en cachemir, la duración de estos calcetines no es su punto fuerte: este tejido pierde rápidamente la forma y se desgasta con celeridad. Quizás con siete u ocho lavados baste para que sus cualidades primeras se hayan ido al garete. Pero quien los ha probado asegura que, nuevos, no hay nada que se acerque a la sensación de calzarlos, a la aterciopelada caricia de su tacto, a una ligereza y gusto que compensa los buenos 150€ que cuestan dos de ellos.

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