Viena 1900

En 1896, Eugen Felix, defensor del clasicismo y la tradición, era elegido presidente de la Asociación de Artistas -un organismo dedicado a la promoción del arte austriaco- ante la frustrada y desilusionada mirada de los jóvenes creadores del momento, cuya obra estaba siendo censurada por este organismo a causa de su falta de academicismo. Así nace lo que hoy conocemos como Secesión de Viena, un movimiento artístico, liderado por el genial Gustav Klimt, que se propone devolverle al arte su libertad, desligar la creación del mercantilismo y abrirse a las nuevas propuestas artísticas que estaban floreciendo en Europa.

Los vestigios Secesionistas están por toda la ciudad, si bien este movimiento tan sólo se prolongó en el tiempo durante apenas diez años. Su peculiar estética, muy relacionada en un primer momento con lo que se conoce como Art Noveau o Modernismo, se inspira en las formas de la naturaleza, esquematizada y geometrizada, y puede descubrirse en las decoraciones de las fachadas o los rótulos de las tiendas a pie de calle.

El edificio más representativo del movimiento es la sede de la Secesión, una obra basada en la función del espacio interior, realizada por Joseph Maria Olbrich, que está coronada por una cúpula dorada realizada a base de flores caladas. En su acceso puede leerse el lema de este movimiento, que explica de forma clara y concisa los ideales de este nutrido grupo de artistas y pensadores: “A cada época, su arte; al arte, la libertad”. Arquitectónicamente hablando la ciudad está repleta de joyas secesionistas, como la Casa de las Mayólicas, de Otto Wagner, fundamentada sobre la premisa de que “sólo lo práctico puede ser bello”. De este modo, Wagner da un primer paso hacia lo que más tarde se conocerá como racionalismo, sin prescindir por ello de elementos decorativos, que en este caso se concentran en los bellísimos azulejos cerámicos de flores que inundan la fachada. El esquematismo de volúmenes y la preeminencia de la función culminan en la obra de Adolf Loos, quien se desliga del movimiento, abogando por una arquitectura despojada de toda decoración, pero realizada con nobles y bellos materiales, como vemos en la Casa Loos, situada justo en frente del palacio barroco de los Habsburgo.

Karl Moll, Koloman Moser y Gustav Klimt son los principales exponentes en el ámbito de las artes plásticas, sus obras pueden contemplarse en el Museum Quartier (todo un barrio que agrupa los principales centros de arte de la ciudad), en el Palacio del Belvedere -donde se exhibe el archiconocido “Beso” de Klimt- y en el edificio de la Secesión, donde se muestra el “Friso de Beethoven”, del mismo artista. Esta pintura no es quizá la más conocida, pero sí puede considerarse como la más relevante, ya que con ella Klimt culmina lo que podría denominarse la “obra de arte total”. Concebida para un espacio arquitectónico concreto, para ser mostrada mientras una orquesta tocaba la Novena Sinfonía de Beethoven (en su interpretación por Richard Wagner, primer promotor de la búsqueda de la obra de arte total) y junto a una escultura del compositor, realizada por Klinger; el friso, muy criticado en su momento a causa de la incomprensión de sus alegorías, constituye todo un espectáculo para los sentidos.

A partir de 1903 comienzan las escisiones en el grupo, desapareciendo como tal en 1905 y por completo en 1918, fecha en la que, curiosamente, mueren la mayoría de sus máximos representantes; no sin antes haber abierto camino a otros jóvenes creadores -como Egon Schiele u Oskar Kokoschka- que se convertirán en el germen del expresionismo.

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