Un rayo de luz

De forma progresiva los hogares van viendo desaparecer las tradicionales bombillas incandescentes mientras irrumpen las nuevas de bajo consumo que además van viendo multiplicarse sus modelos.


 


Puede que aún por la falta de costumbre muchos vean poco estéticas las bombillas de bajo consumo, aparte de lo extraño que en un principio puede resultar su encendido ‘progresivo’. Sin embargo, estos –para algunos- pequeños inconvenientes quedan relegados a la insignificancia por los beneficios que aporta como, evidentemente, el considerable ahorro de energía, favoreciendo al medio ambiente además de a nuestros bolsillos, que también se ven aliviados a pesar de tener un coste superior a las incandescentes, gracias a su larga duración (duran entre 2 y 10 veces más, dependiendo del tipo, calidad, etc). En cualquier caso, nos gusten o no, en unos años, y por medio de la ley, serán las bombillas de bajo coste las que iluminen nuestra vida, un proceso que se ha iniciado en septiembre de 2009 y que culminará en septiembre de 2016.


 



 


Lo primero que hay que tener claro es que no todas las bombillas de bajo consumo son iguales. En estos momentos en los comercios se pueden encontrar por un lado las lámparas compactas fluorescentes (CFL) y las de quemador halógeno.


Las lámparas compactas son las que se conocen comúnmente como de bajo consumo. Tal vez su ‘popularidad’ se deba porque hasta hace unas semanas (abril de 2010) los usuarios han podido hacerse con ellas de forma gratuita por medio de la campaña que han venido desarrollando el Ministerio de Industria (MICYT) y el Instituto para la Diversificación y el Ahorro de la Energía (IDAE).



Las CFL funcionan por el mismo principio que los tubos fluorescentes, aunque se fabrican con el equipo de encendido instalado, lo que hace posible su sustitución por las bombillas incandescentes sin que sea necesario cambiar la instalación, además de proporcionar un rendimiento mayor: para una misma potencia consumida, aportan de cinco a diez veces más flujo luminoso. Sin embargo, aunque sus prestaciones han mejorado en los últimos años, todavía no han conseguido tener el brillo de las convencionales y su rapidez de encendido es algo menor.


Por lo que a las bombillas de quemador halógeno se refieren, se basan en el  sistema de las incandescentes, pero con un mismo requerimiento de potencia que éstas, aportan un 30% más de flujo luminoso, aunque no llegan ahorrar tanto como las CFL, y aunque proporcionan una luz más brillante que estas últimas y su encendido es inmediato.


 



Teniendo en cuenta las características anterores, si lo que nos interesa es la eficiencia energética escogeremos una bombilla CFL de clase A, que cuenta con una larga vida que la hacen rentable. En el caso de que queramos iluminar un lugar donde el encendido debe ser rápido y un mejor tono y color de luz, nos decantaremos por una bombilla alógena. Además, a la hora de hacer nuestra elección deberemos tener en cuenta también la cuestión estética, ya que  algunos tipos de bombillas pueden no encajar bien en su lugar de ubicación o desentonar con la luz y el ambiente. En este sentido el mercado nos ofrece cierta variedad de modelos:


·                     Lineal: su forma alargada es más adecuada para cocinas o lugares como garajes o patios.


·                     Globo: es una buena elección para ambientes de interior ya que, a pesar de sobresalir de la tulipa o de la pantalla de las lámparas, no desentonan.


·                     Reflectora: dirigen el haz luminoso, de manera que son idóneas para lámparas verticales y cuando se busca un tipo de iluminación incidental o hacia el techo.


·                     Espiral: fueron de las primeras en salir al mercado y, por ello, se pueden ver en distintos espacios, aunque resultan algo aparatosas.


·                     Con bulbo: simulan la apariencia de las bombillas incandescentes convencionales, así que son una buena opción si se quiere conservar la misma estética.


 


Otra cuestión a la que debemos acostumbrarnos con las bombillas de bajo consumo es a calcular su luminosidad en comparación con las incandescentes. En el caso de las bombillas CFL, los fabricantes indican que una de 11-12 W proporcionaría una luz equivalente a una convencional de 60 W, aunque son cifras que pueden variar. Por ejemplo, la Comisión Europea recomienda dividir entre cuatro la potencia de una incandescente para saber qué tipo de bombilla CFL se precisa. Así, si se quiere sustituir una convencional de 60 W, lo mejor sería elegir una CFL de 15 W. Por su parte, el Lighting Research Center de Estados Unidos, una institución universitaria especializada en la investigación de la iluminación, es más exigente y afirma que lo más objetivo es hacer la división entre tres: una incandescente de 60 W tendría su equivalente en una CFL de 20 W. Para terminar con esta falta de unanimidad de criterio, se espera que la nueva normativa europea obligue a los fabricantes a que indiquen las equivalencias en lumens, una unidad de medida que señala la potencia luminosa percibida. Estas diferencias también se dan a la hora de estimar la vida útil de estas lámparas, a las que se calculan una duración  de unas 10.000 horas, varias veces más que las incandescentes, aunque hay que tener en cuenta la calidad, las marcas o el uso.

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