Un bastión del ayer

El feudalismo, el sistema medieval de pequeños territorios casi independientes, con leyes y códigos propios y en los que un señor daba protección e impartía justicia a cambio de trabajo en las tierras y otros diezmos, fue desapareciendo de Europa sustituido por las fórmulas del estado nación y del capitalismo comercial. Sólo que en algunos lugares el cambio tardó un poco más en llegar.

En la isla de Sark, una de las islas del Bailiazgo de Guernsey en el Canal de la Mancha, lse demoró hasta hace apenas unos días, cuando se celebraron las primeras elecciones por sufragio universal a la asamblea de la isla y se culminó un proceso de democratización que apenas había comenzado en 1974.

Hasta entonces la isla seguía casi a pie juntillas las normas entregadas por Isabel de Inglaterra en 1565, que establecía los privilegios de un señor feudal hereditario y las potestades de cuarenta inquilinos poseedores de feudos y descendientes de las cuarenta primeras familias que colonizaron la isla.

Las particularidades de este territorio, dependiente de la corona británica, aunque autónomo en muchos aspectos –de la fiscalidad a la administración- y en el que la totalidad de la tierra ha sido “un feudo otrorgado a perpetuidad al seigneur”, no han sido sólo de índole política, sino también técnica: la circulación con automóviles sigue prohibida y sus seiscientos habitantes aun se desplazan por sus angostos caminos y carreteras en caballos, carros, carruajes y bicicletas. Otros de sus rasgos remiten igualmente al pasado, desde el puñado de hablantes del ya moribundo dialecto normando de la isla a figuras legales arcaicas como el Clameur de Haro, en el que alguien que se sienta perjudicado por un tercero puede demandar justicia mediante esta invocación oral y formar a que el demandado detenga su acción hasta que la causa se avista por la justicia.

No es extraña que todas estas encantadoras anomalías hayan suscitado cierto interés literario y etnográfico. Poetas como Swinburne o novelistas como Mervyn Peake situaron composiciones suyas en Sark, mientras que Maurice Leblanc hizó que su famoso ladrón Arsenio Lupin viviera allí una de sus más sonadas aventuras.

Hoy, la presión por adaptar el régimen de la isla a la Convención Europea de Derechos Humanos ha llevado a la adopción de muchos cambios formales. Sin embargo, los sercquiais se manifiestan muy orgullosos de su tradición y todo indica que seguirán ejerciendo la independencia de espíritu y formas de relación que hasta la fecha les ha distinguido del resto de sus contemporáneos.

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