La isla de Wight, enfrente de Southampton, es famosa internacionalmente por los legendarios conciertos que albergó su festival a finales de los 60 y principios de los setenta así como por ser un tranquilo lugar de reposo veraniego. La isla artificial que se encuentra en su costa, en cambio, no es especialmente famosa por nada. No en vano la llaman No Man’s Land (tierra de nadie) y posiblemente ese sea su mayor encanto.
De hecho, se trata de una fortaleza náutica construida en el siglo XIX como base de operaciones en las guerras anglo-francesas y que tras dejar de ser operativa, en 1960, se puso a la venta y sirvió desde 1986 para habilitar un hotel de lujo: el lugar ideal para quien no quisiera ser importunado por masas curiosas y visitas indiscretas.
Con apenas 20 habitaciones, una área total de 17.000 metros cuadrados, piscina cubierta, jacuzzi, servicios de restauración, un pequeño jardín, una barbacoa y dos helipuertos, acaso no dispusiera de demasiadas amenidades, pero era una innegable tentación para los enemigos de la vida social. Pero sin mayores encantos que su aislada situación y estructura y un viejo faro con una gran terraza circular, el negocio sobrevivió hasta 2005, cuando un brote de salmonella obligó a su cierre y llevó a la quiebra a la compañía.
Esa circunstancia hizo que No man’s land se convirtiera en un lugar de tan difícil acceso como sus tres fuertes hermanos que defienden el estrecho de Solent. Así fue hasta finales del año pasado, cuando sus puertas prometieron reabrirse…para quien dispusiera de los 4 millones de libras que la inmobiliaria Knight Frank reclama por ella.
De momento, y con algún litigio pendiente, no ha encontrado al millonario excéntrico dispuesto a adquirir tan peculiar finca. Pero nunca se sabe: quizás more entre nosotros. Desde luego no parece tener los atractivos de otras propiedades idílicas que han desfilado por esta sección, pero en una época de tanto ruido y ajetreo sus particularidades bien pueden valer el esfuerzo.
