Senderos de perfección

Acostumbran a tener un fundamento espiritual o religioso: la creencia de que el tránsito hacia un determinado lugar es un camino purificador o un viaje iniciático que nos hace mejores, más sabios y generosos. Sin embargo, sus funciones son diversas, de la expiación de culpas a la simple reproducción de una tradición pasando por la aspiración a un viaje alternativo, despacioso y con buena compañía.

Con destino a santuarios, fuentes de propiedades milagrosas o cámaras con reliquias venerables, las rutas de peregrinaje, preferentemente a pie, han sido capitales en la historia socioeconómica de muchos lugares del mundo. El desarrollo de algunos núcleos urbanos o de ciertas rutas y redes comerciales ha estado muy vinculado a él. Baste reseguir el discurso de algunas de las más importantes, del Camino de Santiago al Hajj de los musulmanes para apercibirse de ello.
Algunos han sucumbido al declive de las creencias que los amparaban –la marcha hacia el oráculo de Delfos en la antigua Grecia o en pos del templo de Astarté en Siria- y otros han sido reutilizados por posteriores religiones, como tan a menudo ocurre con viejas piedras o manantiales en la devota Irlanda.
También puede hablarse de peregrinajes laicos, de las visitas al Mausoleo de Lenin que hicieran comunistas del mundo entero al viaje a Graceland para conocer la mansión de Elvis o a la tumba de Jim Morrison en París. Todos ellos han alcanzado una dimensión ritualística e incluso un trasfondo comercial que no puede ser infravalorado.

Pero la condición principal del peregrinaje parece ser el propio sendero, largo y a veces penoso, que requiere de una cierta ascesis y de un tiempo para la reflexión y el aprendizaje que las jornadas de camino y sus encuentros tan bien propician.
A lo largo y ancho del planeta son centenares de miles quienes inician una romería. Pueden ser con dirección a pequeños centros de devoción local que se alcanzan en una jornada de ruta o hacia multitudinarios templos que congregan a miles de fieles y con ceremonias de pasaje muy codificadas.

El hinduismo, muy caro a esas prácticas, pone en danza cada año a muchos miembros de su comunidad que viajan hasta sitios como Srikalahasti o Dwarka, entre tantísimos otros. Los tibetanos han de visitar Lhasa y el monte Kailash y los musulmanes, además de la inexcusable Kaaba de La Meca, peregrinan a La Cúpula de la Roca de Jerusalén o, según la corriente a la que pertenezcan, a sepulcros de imanes y santones. Mientras, los cristianos disfrutan de esa arteria fundamental que es la ruta hacia la tumba del apóstol Santiago, pero también de los puntos de apariciones y encuentros marianos (de Czetochowa a Montserrat o la casa de la virgen en Éfeso), de monasterios ortodoxos como los del Monte Athos o los del desierto del Sinaí, de bellos tránsitos recientemente recuperados y de rica historia medieval como el camino de San Olaf en Noruega o, como no, de los lugares de Tierra Santa en los que habría predicado y sufrido calvario Jesús.

Por los motivos y lugares que consideres más oportunos ¿Te has planteado cuán buenas vacaciones pueden hacerse como peregrino?

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