Son una institución venerable, una argamasa social y una realidad tan hermosamente conseguida que ha acabado por convertirse en el valor más exportable del país: los pubs de estilo irlandés surgen como setas en cualquier rincón del mundo y son una de las primeras imágenes en las que uno piensa al mencionarse la isla esmeralda.
Pero es al pisar un auténtico pub en Eire cuando se capta plenamente todo el valor de su singularidad. A pesar de la rápida transformación de los usos comunitarios, la Public house sigue siendo precisamente eso: una casa pública, abierta a todos. Un lugar para la sociabilidad, la franqueza, la amistad. Un espacio para sentirse reconfortado y escapar de las urgencias de la vida. Para encontrarse entre iguales y ser tratado como algo diferente a un número: como un compañero de mesa con el que se comparte un trago, un techo acogedor, un rato de charla y despreocupación y un poco de generosa y cálida humanidad.
Y es en las zonas rurales, aún ajenas a los pubs serializados que se han abierto paso en algunas ciudades, donde mejor se percibe su sabor verdadero. Incluso en los pueblos más tristones y adormecidos, sobresalen de la grisalla. Con sus frontispicios de madera pintados de vivos colores, sus grupos de músicos que se reúnen por las noches a tocar viejas tonadas por el mero gusto de hacerlo, sus densas pintas de buena cerveza negra y los detalles que personalizan a cada pub y lo hacen diverso, único, inintercambiable. Ellos contienen un pedazo de la vida genuina, de la memoria oral de una nación antigua, del secreto de su bienestar, de la hermandad ente sus hombres. Se diría, a veces, que son una de sus reservas más puras. Cuando uno visita Irlanda puede inhibirse de ver o hacer muchas cosas, pero si no se frecuenta el pub no se habrá entendido nada de ella. Porque allí se forjan los lazos y se estrechan los vínculos de una gente que a lo largo de los siglos ha tenido que hacer frente a muchas adversidades y ha salido de ellas triunfante.
Hoy, los más agoreros ven su futuro amenazado: la irrupción de los ocios teledirigidos y el auge del individualismo hacen temer que su fuerza se debilite. Pero, por otro lado, el entusiasmo con el que este concepto es abrazado en otras latitudes hace fortalecer la idea de su supremacía: el bar perfecto. Podría ser tentador recomendar aquí algunos, pero no sólo sería una empresa inabarcable, hay miles de ellos, sino que cada uno ha de encontrar los suyos propios. Por fortuna, se trata de un camino de descubrimiento intransferible y lleno de deliciosas sorpresas.