Petra, una maravilla redescubierta

Después de un no muy largo trecho, a pie o sobre camello, a través de el Sîq -una garganta de caprichosas formaciones rocosas que cambia con la luz proyectando sombras imposibles- se abre una hendidura, estrecha, tras la que se vislumbra el Templo del Tesoro de Petra. No sé si por el contraluz o por el constreñido paso que da acceso al lugar, la visión se antoja casi imposible. La belleza de la fachada del templo, excavada en la roca, roza lo sublime, y su color -que cambia de rosa intenso a ámbar, según el momento del día- se difumina con el entorno, descubriendo sólo su esplendor gracias a las sombras producidas por las modulaciones escultóricas.

Petra está situada en Wadi Musa (el Valle de Moises) y fue la antigua capital del reino nabateo hace más de 2000 años. Sus construcciones, esculpidas sobre la piedra rojiza de la desértica garganta, fueron realizadas cerca del siglo I a. C. en un curiosísimo estilo clásico helenístico, cuyas sorprendentes formas, en ocasiones, nos hacen pensar en el barroco. A la vista del primero de sus magníficos templos resulta difícil creer que una ciudad tan espléndida pudiera caer en el olvido, pero lo hizo, pasando años semienterrada hasta volver a ser descubierta en 1812, por Johann Ludwig Burckhardt.

La ciudad fue, sin duda, un enclave floreciente, por su situación estratégica como parada de caravanas que comerciaban con productos de lujo y gracias a su fácil acceso al agua a causa de la depresión del terreno donde se encuentra. Un avanzadísimo sistema de acueductos, presas y embalses lograba que alguna fluyera por toda la ciudad, como se descubre a través del cañón, donde algunas de las ingeniosas instalaciones son todavía visibles.

De los vestigios arqueológicos que han llegado hasta nosotros, el más conocido es el ya citado Templo del Tesoro; en parte gracias a películas como “Indiana Jones y la última cruzada” o artistas como David Roberts, quien lo retrató es sus delicados dibujos al poco de ser redescubierto. Sin embargo, la ciudad está repleta de otros templos que, cuando menos, le igualan en belleza, como es el caso de El Monasterio. En la ciudad  se encuentran también los restos de un teatro tallado en la roca y ampliado en época romana, así como de varias iglesias construídas en el periodo bizantino.

Para visitar algunos de estos monumentos es necesario subir por las escarpadas rocas hasta alturas bastante considerables, o bien arriesgarse a alquilar un burro que haga el trabajo sucio. En cualquier caso, visitar Petra es inolvidable y también algo cansado, en parte debido al calor, aunque siempre se puede reponer líquidos y refrescarse en alguno de los establecimientos que se encuentran dentro del recinto de la ciudad, en los que sirven bebidas frescas, té y algo de comida.

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