Opulenta semilla

Desde que llegó a Europa –la leyenda quiere que lo introdujera en la Vienasitiada por los turcos un espía armenio- fue un producto que osciló entre lo exótico, lo lujoso y lo clandestino. El siglo XVII vio como se abrían los primeros establecimientos dedicados a su venta y servicio y como devenían en conventículos de agitación política liberal, lo que llevó a que su venta y comercio no siempre fuera admitida de buen grado o que recibiera el anatema en medios eclesiásticos y reaccionarios.

Pero el gusto por la semilla tostada del cafeto se había implantado con fuerza inamovible y durante los siglos XVIII y XIX se convirtió en una mercancía muy cotizada, fuente de riqueza de las potencias coloniales y motivación para causas menos elevadas como el tráfico de esclavos a las grandes plantaciones de Brasil, Colombia o las Antillas.

El siglo XX ha tenido también sus propias controversias alrededor del café: por un lado, se han discutido si sus efectos excitantes no són nocivos a largo plazo para el cuerpo, por lo que en todo caso se recomienda un consumo moderado. Además, la preocupación por un comercio justo y sostenible también ha generado debates, habida cuenta de que el grueso de café mundial ha procedido de países en los que el respeto a los derechos de los trabajadores o el escrúpulo ético con las comunidades campesinas no parecía deslumbrar.

Sin embargo, en los últimos años se ha producido un importante crecimiento de plantaciones que producen cafés orgánicos y del desarrollo de cooperativas que han ayudado a mejorar la vida de campesinos pobres y hasta desposeídos o castigados por el azote de la guerra. Es el caso emblemático del excelente café ruandés, del que de un modo u otro depende hoy más de la mitad de la población del país.

El resultado de la preocupación por la calidad ha dado un café que se puede conseguir por unos 10€/kg. Sin embargo, todavía está muy lejos de la verdadera aristocracia cafetera, ese puñado de productos que tanto por su excelencia como por su rareza son los más caros del mundo.

El caso más famoso es el del Jamaican Blue Mountain, que se cultiva en las partes más elevadas de la isla caribeña y que por la escasez de la cosecha y las complicaciones de la recolección puede alcanzar los 30€ la libra sin ninguna dificultad. También sigue creciendo la reputación de los cafés de la Hacienda La Esmeralda de Panamá, que en 2006 batió el record de café natural sin tostar más caro por onza jamás vendido. El caféKona de Hawaii o el café de la remota isla de Santa Helena en el Atlántico sur también se encuentran entre los más preciados: la exótica lejanía unida a sus bondades olfativas y gustativas pesan en la balanza.

Sin embargo, el café más exclusivo que existe es el Kopi Luwak, una variedad difícil que se consigue en las junglas de Sumatra, Bali, Timor o Filipinas gracias a que sus granos son ingeridos y excretados luego por civetas. Esos granos, posteriormente recogidos y tostados, no tienen rival, por lo menos en precio: 300€ el kilo sin que pase nada.

Pero no hace falta llegar a esos extremos para tomarse un café distinguido y que nos traiga acentos de lugares de ensueño. Por sumas mucho más modesta, aunque no tengan tanto glamour, se pude obtener un sobre de algunos de los cafés más valorados por los gourmets y que proceden indistintamente de Guatemala, Costa Rica, Kenia, Etiopía, Nicaragua, Brasil y un buen puñado de países más.

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