Los inventores del mundo

En la historia de la exploración del mundo, los ibéricos hemos tenido un papel de adelantados que la gran era imperial británica y su superior capacidad de difusión historiográfica y propagandística han ensombrecido un poco. Desde los balleneros vascos que se aventuraron hasta las costas de Terranova a las pioneras expediciones de Pedro Páez en busca de las fuentes del Nilo mucho antes de las de Burton y Speke, pasando por los peligrosísimos periplos de gentes como Francisco de Orellana o Vasco da Gama, los reinos de la península cuentan con una tradición gloriosa de reconocimiento de nuevas tierras.

Sin embargo, muchos de esos logros y de su fijación se asentaron en otra tradición aún menos conocida: la cartográfica. En los orígenes de esta disciplina son un hito insoslayable los trabajos de un puñado de artesanos mallorquines, en su mayoría judíos, que produjeron los primeros atlas que ponían por delante el rigor científico a las aproximaciones más o menos imaginativas. Su seriedad y eficiencia fueron clave para el dominio catalán de la Mediterránea, y su eco aún se percibe en la toma de la iniciativa castellano-portuguesa en la conquista de las Indias y el Nuevo Mundo.

A Angelino Dulcert se debe el primer portulano confeccionado en Palma del que queda testimonio. Conservado en la Biblioteca Nacional Francesa y firmado en 1339, aporta notables innovaciones en la forma de representación respecto a obras similares con sello veneciano o genovés, a quienes posteriormente tanto influenciaría.

Algo más notoria es la obra de la dinastía de los Cresques. A ella se atribuye el Atlas Catalán de 1375, encargado por la reinante casa de Barcelona y que se considera el documento fundador de una nueva edad de la ciencia cartográfica. Abraham y su hijo Jafudà fueron los primeros en pintar sobre sus mapas rosas de los vientos, incorporaron abundantísima información mediante leyendas y cartelas y se distinguieron por la precisión con la que se documentaban, además de por su evidentísimo buen hacer artístico. La escuela cartográfica mallorquina se fundó sobre las sólidas bases que ellos pusieron, por más que el lamentable antisemitismo que se desencadenó en las postrimerías del siglo XIV los socavara en su momento de máximo esplendor. Incluso algunas investigaciones mantienen que el joven Cresques, aunque ya converso, acabó por refugiarse de la intolerancia religiosa en Sagres, cuya escuela tanto contribuiría al éxito de la navegación lusa.
En aquel laboratorio cartográfico, un tal mestre Jacome de Malhorca, que podría ser el mismo Cresques o uno discípulo de la familia, no se limitó a ser mentor de posteriores maestros como Antonio Gonçalves o Duarte Pacheco, sino que elaboró los cuadrantes, agujas náuticas y astrolabios que llevarían a la flota portuguesa a su posición predominante en los mares del siglo XV.

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