La familia se adapta

La familia es una institución muy antigua, que se ha demostrado sólida a través de la historia y es normal que por tanto haya sido el puntal esencial en el que apoyarse no sólo emocionalmente, sino para lanzarse a la aventura empresarial o política. Han sido esencialmente asunto familiar algunas de las grandes sagas de los negocios o las finanzas como los Függer, los Welser, los Rothschild o los Rockefeller.

También en el ámbito empresarial han triunfado a gran o modesta escala las estirpes: ahí está el ejemplo de los Agnelli italianos, que durante mucho tiempo fueron considerados lo más cercano a una familia real que había en Italia. Y eso por no hablar de la política porque, ya sin reparar en que los gobiernos europeos fueran durante siglos una cuestión que se repartían un puñado de dinastías,  en tiempos modernos algunas familias han sido célebres por la dedicación de sus miembros a la red pública: nombres como los Gandhi, los Kennedy o los Papandreu han sido figuras clave en el devenir institucional de sus respectivos países. Incluso el mundo criminal, aunque en un sentido pervertido y amplio, ha tenido en clanes familiares a algunos de sus más activos artífices. Piénsese sin ir más lejos que como familias se han organizado las asociaciones mafiosas y gangsteriles de medio mundo.

Hoy las cosas han cambiado un poco: en la economía moderna, la acumulación de capital necesaria para prosperar en los grandes negocios es tan elevada que las corporaciones y sociedades anónimas han sustituido a los viejos núcleos con relación de parentesco en la cima de los consejos directivos. Y aunque queden vestigios de eso –ahí está el caso de los Botín que aun conservan un porcentaje importante de las acciones del banco que en su día fundaron o los Codorniu, que todavía poseen la totalidad de su poderosa bodega- la familia sobrevive mejor en la pequeña y mediana empresa que en la compañía multinacional.

Otro tanto pasa en la política: lo que antes era un marchamo de prestigio, hoy conlleva unas connotaciones de nepotismo que desagradan al gusto democrático moderno. Que abuelo, padre e hijo tengan las riendas de un mismo gobierno pertenece a una estética del poder felizmente superada.

¿Significa esto que como unidad básica organizativa la familia ha perdido influencia y capacidad de elevar al éxito máximo a sus miembros? Probablemente no, sólo que el mundo se mueve y la familia (algunas familias, para ser exactos) se reemplazan en una segunda fila más discreta. Pero en lo esencial, continua siendo la red de solidaridad y amparo de quienes pertenecen a ella más firme y duradera que se conoce. La familia se ha adaptado muchas veces, ha perfilado sus aristas para permanecer. Realmente son muy distintas aquellas grandes casas romanas encabezadas por un patriarca que en su solar albergaba a una excepcionalmente vasta ramificación de su genes, de su progenie, a los pequeños núcleos de hoy, que cada vez más se reducen a unos padres con uno o dos hijos a lo máximo. Pero lo que no ha cambiado es su función matriz, su aspiración.  Y posiblemente, esa ductilidad, esa facultad para cambiar sus formulaciones pero haciendo que persista lo que le es consustancial es la clave de su supervivencia y lo que le depara un brillante futuro por más agoreros Apocalipsis que se hayan querido hacer cerner sobre ella.

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