La Europa de segunda mano

Para conocer de verdad una ciudad no basta con visitar los monumentos que forman su imagen pública, los lugares a los que sus habitantes sienten más apego o sus creaciones de nuevo cuño. Hay que escudriñar también aquello de lo que se deshace, lo que salda, lo que mercadea, lo que cambia de manos.

Liquidaciones, rarezas, gangas… pero también objetos de valor y piezas de colección. Los mercadillos de segunda mano, rastros y bazares son un escenario inigualable para comprobar esa temperatura escondida de las ciudades. Además, no son sólo una plataforma de intercambios, sino también la excusa para gandulear o darse un garbeo en día de fiesta y tomarse un aperitivo en un ambiente genuino.

En el extrarradio de París, se emplaza el que posiblemente sea el mercado de muebles antiguos más importante del mundo: el Marché aux puces de Saint-Ouen, hoy ya constituido por profesionales que alquilan sus puestos por espacio de tres años y venden materiales no precisamente al alcance de cualquier cartera. Sin embargo, conserva todavía algo de ese aire negligente y plácido del París fin de siècle que se reencuentra también Les Puces de Vanves, mercado mucho más informal y bizarro, plagado de bisuterías y baratillos, curiosidades, objetos de la posguerra, ropa vieja, artesanía popular, electrodomésticos y cámaras de época.

Una dualidad que se reproduce al otro lado del Canal de la Mancha, en Londres, con sus mercados de Portobello y Camden. En el primero, en uno de los barrios más bohemios y coquetos de la capital inglesa, puede darse con el mejor vintage y descubrir el exquisito espíritu conservador de los británicos, reacios a tirar nada que pueda tener un segundo uso. En Camden Town, por su parte, laten las tendencias más modernas y se reciclan las ya pasadas, en tiendas que lo mismo permiten adquirir ropa del Swinging London o del estallido Punk que imitaciones de regusto victoriano, mientras se saborea cualquier rápido cartón de pescado frito con patatas o un clásico bagel judío.

En nuestra Península, tampoco faltan las exposiciones de este género. El Rastro madrileño, quintaesencia del casticismo, el destartalado Jueves Sevillano o Els Encants de Barcelona son sus embajadas. En esta última ciudad, no obstante, cada domingo tiene lugar un mercado muy especial, el de Sant Antoni, que atrae a los libreros de lance y en el que pueden encontrarse a precios de favor enciclopedias, revistas, cromos y objetos de deseo de cualquier bibliófilo. Algo parecido a lo que ofrece el Cais do Sodre lisboeta, con estampitas, numismáticas y volúmenes roídos. Aunque el verdadero mercado de las pulgas de la ciudad lusa sea la Feira da Ladra, que en el Campo de Santa Clara abre sus imaginarias puertas los martes y sábados. Mientras que en Atenas, entre Monastiraki y Plaka, también existe un concurrido rastrillo que puede frecuentarse para luego refrescarse el gaznate con un ouzo o calmar la gusa con una pita de cordero con ensalada.

Son sólo algunas estaciones en la ruta por los derrelictos del Viejo Continente, a las que cada cual podrá añadir sus propias paradas secretas o secundarias.

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