La conciliación laboral y familiar ¿Un sueño al alcance?

Las jornadas laborales españoles son largas: se empiezan tarde, se parten por la mitad con abundante rato para el almuerzo e inacabables sobremesas y, en consecuencia, se terminan a horas intempestivas. Los problemas de tráfico y aparcamiento demoran aún más el retorno al hogar. Y, pese a dedicar más horas que la media europea a la empresa, la oficina de estadística de la Unión ha presentado un informe que demuestra que nuestro rendimiento es de los peores de todo el continente.

Esa constatación, así como el contraste con la mayoría de nuestros socios de la UE hace aún más paradójicos esos usos. Queda muy poco tiempo para el asueto o para compartirlo plácidamente con familia y amigos. Y otras transformaciones sociales, como la incorporación de la mujer al trabajo o el desmantelamiento de la viejas familias en las que tres generaciones compartían techo o por lo menos vecindad, hace cada vez más difícil que las parejas tengan hijos, alguien para cuidarlos mientras trabajan y ocasión de verlos crecer y disfrutar de ellos.

Para algunos, simplemente, es nuestro modo de vivir, singular e intempestivo; un rasgo de nuestra identidad meridional y de nuestras preferencias. Pero también hay quienes encuentran este ritmo descompensado, agotador y absurdo. Es el caso de los miembros de La Comisión Nacional para la Racionalización de los horarios españoles, cuyo presidente Ignacio Buqueras asegura que en España se valora más la presencia que la eficiencia y que el actual estado de las cosas es insostenible. Sin embargo, su activismo está ya dando frutos, y consideran que en los próximos años habrá una revolución de la mentalidad empresarial y una progresiva implantación de la regla de los tres ochos: ocho horas de trabajar, ocho horas de tiempo libre, ocho horas de descanso.

El Gobierno apoya esos cambios, y ha lanzado el Plan Concilia, destinado a promover medidas que fomenten ese acompasamiento de los horarios y la conciliación de trabajo y familia.

Todos los agentes implicados en esta “metamorfosis” saben que la nueva sociedad puede tardar en salir de la crisálida, que requerirá de la complicidad de sectores sociales muy diversos y que se le opondrán algunas resistencias. Pero la convicción general es que el modelo imperante puede estar tocado de muerte y que su sustitución pudiera ser incluso más rápida de lo que se sospecha.

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