Icheri Sheher: destellos de la ciudad interior

Icheri Sheher ha sido una villa tan permeable como conservadora. Esa contradictoria naturaleza le ha permitido dejarse preñar de todas las influencias arquitectónicas que han tenido a bien cortejarla y, a un mismo tiempo, preservar su esencia, su atmósfera única, su trazado sin parangón. Así lo consideró la Unesco cuando, justísimamente, la convirtió en Patrimonio de la Humanidad en el año 2000. Y es que pocas veces esa humanidad, con su larga sucesión de sociedades y gobiernos, ha dejado un reguero tan visible en lugar alguno de la tierra.

Porque a diferencia de otros enclaves de alto valor artístico, esta ciudad interior de Bakú no es la cristalización de una determinada época de esplendor urbanístico, sino una suma de vestigios que se han ido integrando, absorbiendo y transformando a lo largo de los años. Y así hoy su dédalo de callejones y plazoletas, de viejas mansiones y mezquitas, supone un fascinante testimonio del paso de constructores zoroastrianos y sasánidas, persas y árabes, otomanos y rusos. Con tramos de muralla que resisten en pie desde el s.XII, su palacio de Shirvanshah, joya del patrimonio azerí, sus caravanserrallos que nos hablan de la vasta tradición comercial de este pueblo y su emblemática torre de la doncella, la Giz Galasy, cuyos fundamentos se remontan al siglo VI.

Pero es la presencia humana continua lo que más impresiona al visitante. A pesar de esa escenografía fabulosa, Icheri Sheher no parece un museo, una especie de parque temático tan bien preservado como inerte. Se respira en ella la vida, el tumulto, la promiscuidad de la existencia que va mudando sus formas. Abigarrada y retorcida, con pasajes tan estrechos que hacen que uno pueda tocar una pared con cada mano y monumentos de una grandiosidad fuera de discusión, es todavía el corazón de Azerbaiyán.

Sin embargo,  en esa condición habita  también su mayor paradoja. Porque precisamente por no haber perdido el compás de los tiempos, la ciudad vieja de Bakú ha estado a punto de desaparecer varias veces. Los edificios que se han ido reformando durante siglos sin nunca ser reemplazados y con nutridas comunidades habitándolos han acabado por amenazar ruina. El desprecio de las autoridades soviéticas por las formas antiguas de cultura y la aún más peligrosa amenaza de la presión urbanística se han cernido contra ella. Y, para más inri, un terremoto en 2000 se ensañó con sus ancianos cimientos. Esos motivos llevaron a la Unesco a declarar también la ciudad vieja de Bakú como herencia en peligro. Desde entonces se han emprendido algunas acciones de restauración y protección, procurando no adulterar con ello su espíritu dinámico y poroso. Pluga a los Dioses –muchos se han adorado tras estos muros- que venza ese afán. Porque de perderse, y lo pueden atestiguar quienes la han conocido, todos quedaríamos un poco más empequeñecidos.

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