Hogar de caballeros

Con dinero puede uno comprar clubs de fútbol centenarios y rendir a modelos de pasarela sin ser ningún Adonis, convertirse en propietario de mansiones de ensueño en lugares privilegiados y procurarse vicios muy exclusivos. Puede incluso, si no eludir, entorpecer la acción de la justicia. Ya decía Quevedo aquello de que “da y quita el decoro y quebranta cualquier fuero”.Sin embargo, hay algunas cosas que no puede hacer, y no sólo hablamos del tópico de darnos la felicidad, la salud o el amor. Por ejemplo, por más que disponer de él suela ser una condición sin la cual es todavía más difícil que si se tiene, no puede hacer que franqueemos la puerta de algunos de los más exclusivos clubs de caballeros de Londres. Lo saben sobradamente un buen puñado de millonarios que llevan años de espera para adquirir la condición de socio o que sencillamente han sido rechazados por los miembros que votan la admisión. Establecidos originalmente en las vecindades de Saint James durante el siglo XVIII, estos espacios en los que los gentlemen iban a solazarse, comer, fumar, apostar, holgazanear, debatir, jugar a las cartas y al billar o hacer cualquier cosa que no fuera tratar de negocios, se extendieron durante el siglo XIX y relajaron el criterio aristocrático que se demandaba para la pertenencia, así como otros requisitos particulares. Sin embargo, todavía hoy mantienen una idiosincrasia muy propia, entre cuyos rasgos más característicos encontramos el estricto código de vestuario (solo se permite entrar con traje y corbata) o precisamente que todo candidato deba superar una minuciosa evaluación antes de ser aprobado.

Así, a los clubs se puede acudir de visita por invitación de uno de sus miembros y, en algunos casos, se ha abolido la restricción a que entrasen mujeres que imperó en todos ellos antaño. Pero la membresía y el pleno acceso a todos los servicios y dependencias sigue siendo una cuestión muy seria, solicitada y difícil.

Y es que si bien su proliferación tanto en Inglaterra como en el mundo hace que existan parangones por doquier, con distintos acentos y orientaciones, cuando se habla de Gentlemen’s club uno sigue pensando de forma prioritaria en la crema de ellos, los que han tenido socios más famosos y distinguidos, los más tradicionales y exclusivos: White’s, Brook’s o Boodle’s. Pero centrarse solo en esas suntuosas instituciones sería una visión algo reductiva de la importancia y raigambre del club londinense. Porque a su lado es de justicia incluir algunos con un recorrido igualmente muy largo y notable como The Athenaeum (al que pertenecieron Dickens, Joseph Conrad o Alec Guiness entre tantos otros, el Garrick (fundado por la gente de la escena y que ha cobijado a literatos y pintores de primera fila) o el liberal Reform, aquel en el que el célebre Phileas Fogg de Verne levantaba su apuesta de recorrer el mundo en ochenta días, o incluso algunos muy específicos al aglutinar a gente interesada en los viajes (como el Travellers Club) o hasta el cultivo de la excentricidad y la filantropía, como las diversas encarnaciones del Eccentric Club. En esencia, un estilo de vida que la modernidad no ha alterado sustancialmente y que sigue estando en el corazón de la vida social londinense de sus clases acomodadas.

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