Gótico en estado puro

Nunca me ha gustado clasificar los estilos artísticos, ni encasillarlos en un espacio temporal con un principio y un final, básicamente, porque los compartimentos estanco que así se crean, en el mayor de los casos, no se ajustan a la realidad. Por eso, tiendo a opinar que el gótico es simple y llanamente una evolución lógica del románico; aunque, siendo sinceros, para entendernos coloquialmente, estos encasillamientos son del todo necesarios. Hoy abriremos el compartimento del Gótico en su punto más álgido de perfección, que alcanza su máximo esplendor en las catedrales de Chartres, Reims y Amiens, y aprovecharemos la ocasión para dar una vuelta por estas encantadoras ciudades francesas, degustando algunas de sus propuestas culinarias y, cómo no, también sus famosos caldos.Chartres está situada en el norte de Francia, es una pequeña ciudad construida a las orillas del rio Eure. Su acceso es muy fácil desde París (en la Estación de Montparnasse salen trenes directos) gracias a los que resulta sencillo unirse a la multitud de peregrinos que cada año acuden a visitar su famosa Catedral, para disfrutar de una de las grandes joyas del gótico y venerar las reliquias que allí se conservan. La ciudad mantiene en gran medida su encanto medieval gracias a las antiguas callejuelas repletas de viejas casas de teja y madera y a su concurrido mercado, situado en la misma plaza que la Catedral. Después de ésta, probablemente el lugar más visitado de la ciudad es el Centro Internacional de la Vidriera, donde uno puede empaparse del proceso y la técnica que antaño dieron lugar a las magníficas creaciones vítreas que hoy se contemplan en los vanos catedralicios. El templo se concluyó en 1260 y pronto se hizo famoso por la perfección de su estructura y las geniales soluciones arquitectónicas que presentaba ante problemas como la altura de las naves o la triangulación de la girola. También logró gran fama a través de su escuela de lógica, que rivalizaba con la de París, donde el filósofo Juan de Salinsbury recibió parte de su formación. Nada mejor para disfrutar de Chartres que terminar el paseo por la ciudad con una degustación de una de sus celebradas cervezas, acompañada de paté, otro de los puntos fuertes culinarios de la urbe, y un mentchikkoff (dulce autóctono creado para celebrar la alianza franco-prusiana) como postre.

La siguiente parada de nuestro recorrido gótico es Reims, la ciudad del Champagne, famosa también por su Catedral, lugar de celebración de las coronaciones de los reyes franceses, aunque en ella se conservan otras joyas arquitectónicas, como la Puerta de Marte -cuatro arcos que cerraban la muralla romana de la ciudad- o la Abadía de Saint Remi, una monumental obra arquitectónica donde la sobriedad románica se mezcla con los primeros albores del gótico y su máximo esplendor. La Catedral se culmina alrededor de dos décadas después que la de Chartres y llama la atención por su unidad estilística, una meta muy difícil de lograr si tenemos en cuenta que su construcción se prolonga a través de cerca de doscientos años. Las vidrieras de los siglos XIII y XIV lucen espléndidas junto a algunas de siglos posteriores, entre las que destaca la obra de Marc Chagall.

Para terminar visitaremos la tranquila ciudad de Amiens, también de origen romano, que es la que está posicionada más al norte y al este de las tres. Surcada por el río Somne, en ella se firmó en 1802 el famoso Tratado de Amiens, con el que se puso fin, durante tan sólo un año, a la guerra entre Francia y Gran Bretaña. Su catedral se basa en la de Chartres y es la segunda más alta del mundo y la primera más elevada de Francia. Guarda muchas similitudes con la Saint Chappelle de París, especialmente en la cabecera, donde la luz se abre paso siguiendo el estilo del gótico radiante, por lo que se especula acerca de que el proyecto de la misma fuera realizado por el arquitecto parisino Tomás de Cormont. Para despedir nuestro fugaz viaje, nada mejor que perder la mirada entre los colores del rosetón flamígero  que domina la fachada de la Catedral, dejando pasar la luz a la nave central del que es, para muchos, el templo gótico más perfecto jamás construido.

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