Extraño legado

Cuando todavía se dan vueltas al chisme del mes, el reparto anticipado de la herencia de la Casa de Alba, es normal que se haya despertado la curiosidad por algunos otros personajes que distribuyeron su fortuna de forma polémica o pintoresca. Sin ir más lejos, este verano también ha trascendido que el modisto Alexandre McQueen, que repartió un patrimonio aproximado de 16 millones de libres entre algunos parientes, empleados y organizaciones benéficas, pero no olvidó dejar la friolera de 57.000 Euros para el cuidado futuro de sus perros.

De hecho, hay unos cuantos casos de personajes que gastaron su dinero con estilo en vida y fueron fieles a su excentricidad e ingenio en la muerte. El caso sin duda más famoso fue el del aristócrata portugués Luis Carlos de Noronha Cabral da Camara, que 13 años antes de su muerte  se había presentado en un juzgado de Lisboa con un listín telefónico de la ciudad del que escogió a 70 personas al azar para hacerlas sus beneficiarias. Quizás el hecho de morir soltero y sin descendencia a la edad bastante prematura de 42 años le impidió recapacitar, pero ahí quedó su broma y el pasmo de aquellos que un día supieron que un desconocido los había agraciado con un coche o un espacioso piso en el centro de la capital lusa.

También obtuvo relevancia el caso entrañable de Cara Wood, una jovencita de 17 años que trabajaba en un café cerca de Cleveland. El local lo frecuentaba un viudo que aliviaba en el restaurante su soledad y con quien había hecho buenas migas, hasta el punto de echarle a veces una mano en casa. Al morir se encontró que el anciano le había legado toda su herencia, valorada en la nada despreciable suma de medio millón de Euros.

Otros más dubitativos prefieren confiar al azar su herencia. Tal fue el caso del magnate Henry Durrell, que ante la imposibilidad de elegir quien de entre sus tres sobrinos debía quedarse con su mansión, dejó como voluntad que se lo jugaran a los dados. El empresario circense Phineas Barnum, en cambio, sí quiso privilegiar a uno de sus sobrinos, al que cedió 25.000 dólares de 1891, mientras a su hija de quien se había distanciado le legaba unas tierras de escaso valor en el estado de Colorado. Sin embargo, no siempre las voluntades atinan con su intención de premiar o castigar y el terreno resultó ser rico en recursos minerales cuya explotación enriqueció grandemente a Helen Barnum.

Sin embargo, quizás los testamentos más curiosos son aquellos que contemplan dádivas imaginativas y hasta un poco surreales. Ninguna posiblemente iguale al sombrerero americano Mr.Sanborn, que cedió su cuerpo a la ciencia, pero dejo estipulado que con su piel se haría un tambor que se daría a su amigo Warren Simpson, a quien rogaba que cada 17 de junio hiciera retumbar con él el ritmo de la popular canción americana “Yankee doodle”. Aunque el más amable y delicado de todos los legados testamentarios se debe a ese gran literato que fue Robert Louis Stevenson. En la hora de la verdad, el maestro escocés recordó que su amiga Annie siempre se había quejado de que su cumpleaños coincidiera con la Navidad, de modo que le cedió el suyo – emplazado un 13 de noviembre- con la petición de que lo cuidara con “Moderación y humildad, ya que este día de cumpleaños no es tan joven como antes”.

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