Esto si que es atracar

Se dice con cierta sorna que la adquisición de una embarcación recreativa depara dos días de felicidad: el de su compra y el de su venta. Hay algo de verdad en esa afirmación, porque la inversión en tiempo y dinero que supone no ya la adquisición, sino el mantenimiento de un barco y los problemas logísticos que siempre obliga a atender hace que sea una opción solo indicada para bolsillos muy solventes o para personas que realmente vayan a sacarle mucho partido.

Pero lo cierto es que, como tantas cosas en la vida, los presupuestos se pueden estirar y encoger según las decisiones que se tomen. Y probablemente la más determinante sea la de tener la nave aparcada en según qué marina deportiva mientras no se utiliza y la de amarrar en puerto o fondear fuera de él cuando se está navegando: si uno se ve tentado por las comodidades y entretenimientos de la tierra firme con mucha frecuencia tiene altas probabilidades de acabar con un siete en la cuenta bancaria.

Evidentemente el precio de un amarre, como el de cualquier oferta de alojamiento, varía según la temporada, el espacio que se requiera o los servicios extras que se pidan. Pero como ocurre con hoteles ostentosos en destinos de lujo durante temporada alta, algunos son inalcanzables para las economías corrientes: son los puertos chic por los que durante los meses de verano o fechas de regatas pasean palmito magnates y modelos y en los que tienen abiertas sus puertas restaurantes y clubs de postín o tiendas de alta costura.

Posiblemente no extrañe demasiado que sean ensenadas italianas, aquellas que mejor traen a la imaginación estampas de vida regalada e indolente entre sorbos de vermú y devaneos con mujeres hermosas, las que encabecen el escalafón de las más caras.

La marina de la Isla de Capri, famosa por su bien conservado paisaje y sus muchas amenidades nocturnas, alcanza el record durante la semana de competición de vela que tiene lugar en mayo y que permite pedir casi 3.000 € al día por acoger yates de gran eslora. No le va a la zaga el gran santuario del lujo en Cerdeña, por lo demás muy asociado a Berlusconi y sus dudosas amistades por tener cerca de allí su principal villa de vacaciones, Porto Cervo. Sin embargo, muchos encontrarían injustificada tanta exclusividad, al tratarse de un enclave bastante artificial y sin el encanto auténtico y distinguido que sí tienen otros puertos de la isla mediterránea. Algo que también puede decirse de la hermosa villa de Portofino, tan frecuente en películas y postales, y en la que los precios se entienden mejor si se atiende al reducido espacio. Con todo y con ello, 2.500 € por día no son moco de pavo.

Estos datos, facilitados por medios como la revista Wealth Bulletin (hoy ya parte de Financial News), expertos en componer listas de “lo más caro” de diversas categorías,  tampoco deparan sorpresas cuando citan a puertos de la costa azul como parte de la aristocracia náutica: Saint Tropez, Cannes o Mónaco también muestran unas tarifas de impresión. Sin embargo, en los dos últimos casos es una impresión engañosa: la inflación salvaje que provocan el Gran Premio de Fórmula 1 de Montecarlo o el Festival de Cine Internacional hinchan bastante la media.

Se nota también el poderío de los países emergentes, pues Abu Dhabiasoma el morro entre los puertos más ostentosos del mundo: puede que no tenga el glamour del Mare Nostrum, pero lo suple con lujo oriental a raudales.

Sin embargo, la lista también depara sorpresas, quizá por la costumbre de menostener lo más cercano: resulta que Ibiza Magna, el puerto al pie de la histórica villa pitiusa, era en 2010 el cuarto más costoso del mundo.

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