En la tierra maldita

Algunos lo llamarán extravagancia, esnobismo o pura morbosidad. Pero también cabe hablar de curiosidad humana, de esa atracción por lo ignoto que ha animado a nuestra especie desde los tiempos más lejanos. El caso es que la agencia turística ucraniana Solo East Travel ofrece la posibilidad de viajar hasta la central nuclear de Chernóbil y penetrar en la llamada “zona de exclusión”, un perímetro de seguridad de 30 kilómetros alrededor del reactor que desencadenó la peor emisión de radiactividad de la historia.

Quienes han vivido esa experiencia coinciden en la impresión que causa entrar en ese país fantasma. Las pequeñas aldeas despobladas y silenciosas, las irreales carreteras sin tránsito, los bosques calcinados o ubérrimos, según el viento llevara hasta allí la radiación o no en aquellos siniestros días o la ciudad evacuada de Pripiat, cuyos 48.000 habitantes fueron evacuados sin tiempo de recoger sus pertenencias. Todo evoca aquellas jornadas de abril de 1986 que hicieron temblar el mundo.

Y entre otros símbolos de las miles de vidas rotas, acostumbra a impresionar el de un parque de atracciones con una gran noria que iba a estrenarse apenas una semana después de la catástrofe, la estatua soviética de Prometeo arrebatando el fuego a los dioses o el memorial a todos aquellos héroes anónimos que perecieron tras la exposición padecida durante tareas de rescate, apagado del incendio o desescombro del reactor antes de su sellado. El tour, que parte de Kyiv y toma un día entero, ha de reservarse con antelación e implica pasar un control de niveles radiactivos a la salida así como seguir las instrucciones del guía al pie de la letra. Sin embargo, no alejándose de él y su medidor Geiger no existe ningún riesgo de contaminarse.

No pueden decir lo mismo los más o menos 300 lugareños de pueblos como Opachychy o Yampil, pequeños enclaves dentro de la zona de exclusión, que tras años lejos de sus casas han decidido reinstalarse en ellas contra viento y marea. En la mayoría de casos los niveles a los que se ven expuestos no resultan peligrosos, pero sí sufren problemas de desabastecimiento y falta de servicios, así como la necesidad de andarse con suma precaución para no extraviarse por ”lugares prohibidos”.

Con su velada pero ubicua amenaza, con la extrañeza que produce esa mezcla de desolación y vida fértil, de mudos vestigios y abundante fauna salvaje, viajar a esta tierra maldita puede ser, mucho más que una frivolidad, un encuentro con lo más extremo que pueda albergar nuestra existencia, con lo más hondo de nuestras grandezas y miserias.

Más información: diarios de viaje de Elena Filatova, una chica motera que ha merodeado en repetidas ocasiones por la zona.

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