En la Polinesia de pega

Ahora que arrecia el invierno, el ensueño de paraísos tropicales, musicas de ukelele y cócteles de sabores exóticos nos seduciría a más de uno. A los aficionados al “tiki” lo hace todo el año.

Hawaii. Pero en una versión idealizada, quintaesenciada en sus elementos más pintorescos. La idea del Pacífico, de sus islas de pueblos felices y de gozosas costumbres, de su sociedad más libre y amistosa que la occidental contó con la impagable prensa de las plumas fervorosas de Stevenson o Melville o con los pinceles de un Gauguin. Pero aún se trataba de un paraíso remoto, apenas esbozado en la imaginación. Habría que esperar a los años 40 y 50 para que se hiciera accesible, cuantificable en objetos, disponible en forma portátil.

Sucede  en la costa de California: soldados que habían pasado la guerra en Hawai, aficionados pioneros al surf y demás gente inquieta de la costa oeste empezaron a importar elementos e ideas inspiradas en el feliz archipiélago.

Imaginería inspirada por el arte y las formas de vida tradicionales del Hawaii, Tahití o la Polinesia empezaron a circular por el mercado: instrumentos musicales, flora y fauna colorida y tropical, ropas con estampados abigarrados, faldas de rafias… Y entre toda esa parafernalia destacaban unos iconos de deidades polinesias llamados tikis: la sinécdoque que acabaría por denominar a toda la corriente; la cultura TIKI. El camino más corto para introducir luz y bizarría en la monocorde vida americana de la posguerra.

Esa fiebre abrió la espita para coctelerías decoradas con cabañas de madera y bambú, palmeras, peceras gigantes, paredes rebozadas que imitaban a la piedra volcánica e iluminadas con antorchas y cócteles con hielo seco que expulsaban humo. Todo ello al ritmo de la música surf que también bebía de esa estética.

La primera ola del tikismo pasó, no sin dejar un buen reguero de locales abiertos en nuestras mismas fronteras. Pero como tantos otros movimientos permaneció durmiente, mantenido por sus irreductibles fieles, a la espera de una nueva salida de la cueva. Los últimas años han sido los de ese reverdecer. Y resulta que los bares de Barcelona o Madrid, que habían resistido todo este tiempo se encuentran hoy entre los templos más reverenciados por aficionados al tiki del mundo entero.

Aloha, Bora-Bora, Kahala, Kahiki, Hula-Hula o Mauna Loa son lugares perfectos disfrutar de ese toque entre misterioso y kitsch, entre tribal y cartón-piedra que caracteriza al estilo tiki.

Proveerse hoy de esa clase de vintage, bien sea para una decoración permanente o para ambientar una fiesta, no será pura rutina. Pero ese es otro de sus encantos. Habrá que ir tirando despacio de hilos, encontrar una cosa aquí y otra allá, buscar en tiendas de viejo y en modernos almacenes cibernéticos. Quienes dominen el inglés y quieran tikizarse por proceso de inmersión pueden navegar por Konakai, con multitud de enlaces a locales, acontecimientos, ropa y hasta cocina hawaiana. En Printsellers tenemos una amplia colección de posters y fotografías de temática hawaiana. Shakatimevende por catálogo una gran variedad de las míticas camisas de waikiki. E-bay es otra baza fija, aunque siempre haya que estar pendiente de si las ofertas son buenas o abusivas. Pero, por suerte, uno de los clásicos del Tiki, las jarras y vasijas para cócteles, puedan obtenerse en una fábrica toledana: la ya legendaria Porcelanas Pavón. Echar un vistazo a su muestrario es condenarse: resistirse a tan estridente y divertida exhibición es mucho más difícil que abandonarse al auge de lo Tiki.

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