El Viajero más lento

El escritor Paul Bowles diferenciaba a los turistas de los viajeros porque éstos últimos nunca dejaban de desplazarse lentamente por la tierra. Posiblemente pocos hombres encajen tan bien en esa definición como Bruce Chatwin, que no sólo fue un vagabundo irredimible sino que supo hacer de su condición una admirable literatura. Y para los modestos viajeros que no podemos llevar su existencia errante es también un ícono del siglo XX.

Chatwin empezó su carrera profesional como empleado de la casa de subastas Sotheby’s, pero su excepcional agudeza y capacidad de observación le propiciaron un fulgurante ascenso hasta la dirección de la empresa. Fue entonces cuando fatigado de su trabajo y vida sedentaria decidió tomarse una excedencia e irse a pasar una temporada con una tribu nómada del Sudán. Las cosas ya nunca fueron iguales.

Porque desde ese viaje fundacional, Chatwin se apasionó por las culturas transhumantes, cuya vida vibra en el interior de muchos de sus libros, a medio camino del reportaje periodístico y la fabricación novelesca. Esa fascinación le llevó incluso a formular lo que él llamaba la alternativa nómada, en la que encontraba altas virtudes de civilización por oposición a la consideración de estadio inferior de cultura que tan a menudo había recibido. Los que viven en el camino formaban para él una suerte de aristocracia del espíritu. Una apreciación para la que aportó convincentes y poéticos testimonios en obras como Los trazos de la canción, acerca de los aborígenes australianos, en algunos de los artículos que publicó en el Sunday Times y que aparecieron después recopilados bajo el título de ¿Qué hago yo aquí? o en su póstuma Anatomía de la inquietud.

Estilista de la pluma, dotado de una sensibilidad artística fuera de lo común, fue también un apreciable novelista, como corroboran Utz o El virrey de Ouidah. Pero la obra de Bruce Chatwin que ha quedado ya como un clásico contemporaneo y como uno de los mejores libros de viajes escritos nunca es En la Patagonia. La evocación de esta tierra de confín, en la que va hallando vestigios de un pasado ignorado y huellas de los heroicos intentos de instalación en uno de los enclaves más inhóspitos del mundo, se lee todavía hoy con voracidad. O quizás más aún que en el momento de su publicación, pues desde su muerte temprana en 1989 nos hemos tenido que acostumbrar a que la mirada especial y la curiosidad frondosísima de Chatwin no tendrán fácil parangón. Leerle hoy sigue siendo una de las mejores formas de viajar en persona interpuesta.

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