El triunfo del tiempo

En el principio, como tantas veces en que hablamos de ingeniería mecánica, estuvieron dos jóvenes alemanes afincados en Coventry, Inglaterra, que construían bicicletas y que no vacilaron en reconvertirse en pioneros de la fabricación de motocicletas. Eso último ocurría en 1902, más o menos la misma época en la que todos los grandes nombres del negocio como Indian, Norton o Harley Davidson comenzaban la misma aventura.

Entre 1904 y 1905, Triumph  ya se había emancipado de toda dependencia, pues ya hacía sus propios diseños de principio a fin, y la Primera Guerra Mundial supuso una prueba del ocho que engrandeció a la empresa cuando puso su producción a disposición de la maquinaria bélica aliada.  Paradójicamente, la fábrica de Coventry todavía mantenía alianzas con una sucursal alemana en Nüremberg que no tomarían caminos separados hasta 1929.

No es cuestión de adentrarnos aquí en otros episodios tortuosos de su accidentada vida empresarial, como la bancarrota de su división automovilística, el bombardeo masivo de Coventry por la aviación nazi, la fusión con otras compañías o los esfuerzos por introducirse en el mercado americano. Lo que cuenta es que a lo largo de esos años iban facturando algunos modelos llamados a ser clásicos por sus cualidades distintivas de línea y motor: la 1929 OHC Triumph Prototype, la Tiger 100 o, sobre todo, la mítica Speed Twin; autentico mascarón de proa de la marca. Tanto fue así que se convirtió en la moto extranjera más vendida en el exigente y chovinista mercado norteamericano de los años sesenta. La idea de una moto de imagen recia y masculina, clásica y dura de pelar, se sobrepuso incluso de la fabricación de dos scooters con su sello.

Sin embargo, una década más tarde, no se libró de la crisis de la industria británica, y tras integrase en un solo grupo con otros símbolos de la era dorada de las dos ruedas como Villiers y Norton y pasar a ser autogestionada por los propios trabajadores, hubo de plegarse a un fin de ciclo, auspiciado entre otras cosas por a la emergencia de la custom japonesa, y cayó en bancarrota en 1983.

Sin embargo, su nombre acarreaba demasiados buenos recuerdos como para que nadie no tuviese la tentación de hacerse con ese rubro, continuando inmediatamente la ya larga aventura, que hoy es considerada la más longeva de  la historia del sector. Y si bien ampliando su gama de productos y objetivos con motos más deportivas y de línea más moderna, su rancio abolengo y factura tradicional ha atraído a una nueva generación de aficionados que cuando adquieren una Triumph compran también un pedacito de su leyenda.

Y si se tiene la suerte de poseer una de antigua hornada, posiblemente también se sepa que se guarda un tesoro de la historia de la locomoción moderna: toda una cuestión de estilo.

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