El Royal Scotsman

Con su gentil traqueteo, con la urbanidad espontánea que surge entre quienes se embarcan en él, con la insinuación de encuentros reveladores que carga, el tren es aún un universo romántico sin comparación posible. La literatura, el cine e incluso la música se han aprovechado de su capacidad de sugerencia y, a la vez, la han alimentado. Evoca, sin duda, una época dorada de los viajes, el mundo feliz y despreocupado de entreguerras, el tiempo todavía propicio a las aventuras, a los imprevistos, a los misterios que los progresos de la técnica y las comunicaciones quizá hayan disipado un poco.Hasta los trenes más cochambrosos guardan residuos de todo eso; tan fuerte ha sido el poder de su imaginería. Pero además, hay un puñado de líneas de ferrocarril que han podido preservar casi intacto ese hechizo.  Sus nombres iluminan miradas de maravilla, ventean fumatas de vapor en los sueños. Basta enumerarlos como quien conjura una vieja salmodia para despertar asombro: Orient-Express, Transiberiano, Northern Belle… El Royal Scotsman ha sido el último en incorporarse a esa nómina. Porque si bien su viaje fundacional fue en 1985, en estos 20 años ha tenido de tiempo de consolidarse como el tren de lujo entre los trenes de lujo. De aquéllos con pasillos de cuero dorado, puertas laqueadas y picaportes de cobre macizo en los que el poeta Larbaud se deslizaba por la Europa nocturna e iluminada.Subirse a este museo en movimiento, con vagones de estilo eduardiano, supone comprender de súbito todo el prestigio del mundo ferroviario británico, su celosa precisión, su fastuoso encanto. Apenas 36 pasajeros gozan de ese privilegio en cada trayecto. Pero a cambio del muy costoso billete, 10.010 euros por el pasaje entero de 7 días, tienen la garantía de sumergirse en un tiempo distinto, en una gentileza y elegancia quintaesencial, en un momento ya desaparecido de la historia de los transportes. Otras posibilidades incluyen su completo alquiler para fiestas privadas o viajes combinados con noches en castillos como el de Balmoral.

Como contraste, a través de las ventanas, la visión de un país salvaje, indómito. La Escocia más profunda, la de las cumbres redondeadas por un tiempo inclemente, la de los juegos y contrastes lumínicos incomparables, la de las leyendas de señoríos encantados y feroces clanes gaélicos.  Con partida desde la imponente Edimburgo, el tren cruza las Tierras Altas, se detiene para el esparcimiento de los viajeros en toda clase de parajes espléndidos, ofrece espectáculos, veladas festivas y otros divertimentos sociales y sirve, como era presumible, finísimas viandas. Cuando se retorna a Edimburgo, se tiene la tentación de fabular con una vida que no fuese más que un dulce subir y bajar de andenes. Una vida nómada a bordo del Royal Scotsman.

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