El nido… lleno hasta nuevo aviso

La marcha de los hijos de casa puede provocar el síndrome del nido vacío, la sensación de que se ha dejado atrás la época más plena de una familia y de que se queda uno sin propósito en la vida. Pero también acostumbra a suponer una edad en la que redescubrir a la propia pareja o en la que dedicarse mucho más tiempo a uno mismo. Sin embargo, tal y como están las cosas, ni lo uno ni lo otro: el abandono del hogar por los hijos se dilata en España hasta fechas muy tardías, superiores en todo caso a las normales en la mayor parte de Europa.

Y sin bien puede atribuirse a la solidez de nuestros lazos familiares, la situación socioeconómica no deja de desempeñar un papel decisivo: no es raro que en eso se coincida con griegos e italianos. El hecho es que la mitad de los jóvenes de entre 18 y 34 años viven en el domicilio paterno y que la media de edad de emancipación raya los treinta.

Los precios de la vivienda, indudablemente, han sido una clave para entender esas dificultades. Pero si bien el sensible descenso del último año podría haber contribuido a ofrecer nuevas oportunidades, el aumento del paro y la precariedad laboral, que se ceba precisamente en las personas en esa franja de edad, da al traste con cualquier posible cambio de tendencia. Los 210 euros al mes, el importe con el que el gobierno ha ayudado a los alquileres primerizos tampoco ha sido un revulsivo demasiado significativo.

Y es que según los datos estadísticos de que se disponen, el 57% de quienes ahora viven bajo el techo familiar estarían por debajo del umbral de la pobreza si se se independizaran y tuvieran que satisfacer los gastos que una vivienda propia genera. La temporalidad de los contratos y la nula capacidad de ahorro en esas circunstancias también disuaden a muchos de quienes anhelan instalarse por su cuenta.
Y aun entre quienes se aventuran, no es desdeñable el porcentaje de quienes reciben ayuda de sus padres o el de los que comparten piso con otros: hasta el 70% de quienes optan por esa modalidad rondan los 27 años de media.

Un panorama que de forma nada indirecta afecta a los padres seniors, que a la angustia de ver a los propios vástagos en situaciones inciertas han de añadir las tensiones y roces que puedan surgir con hijos ya mayores y por tanto deseosos de independencia o que, incluso, se han visto forzados a un indeseado retorno.

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