El motor de América

Patria de nacimiento del coche y hogar de algunos de los grandes mitos del automovilismo, los Estados Unidos pueden presumir con motivos de haber producido algunos de los más hermosos diseños que se conozcan. De la majestuosidad clásica del Tucker Sedan o el aroma de cine negro del Cadillac Sixty Special a la salvaje fuerza del Ford Mustang.

Pero si hay una marca que haya encarnado la aspiración de grandes berlinas elegantes y potentes y, aún así, al alcance de la clase media, una versión del sueño americano sobre ruedas, esa es sin duda la Chevrolet.

Canadiense en origen -paradojas de la vida- se integró en el gigante de Detroit, General Motors, para convertirse en la década de los 50 y 60 en icono universal de la automoción. Sus modelos aunaban sofisticación y audacia, tradición e innovación,  valores que se encarnaron en piezas ya legendarias y altamente codiciadas por los coleccionistas, como el Bel Air, los Camaros del periodo clásico 1967-69, el Corvette de 1953, o su fascinante evolución de una década después, el Stng Ray, posiblemente el más emblemático de todos ellos.
Aunque también es de justicia poner el acento en aquellas sólidas furgonetas que han permitido que Chevrolet no sea solo una casa vinculada al lucimiento, sino al trabajo duro diario y que, como tal, haya arraigado tanto en el corazón de los estadounidenses: diferentes generaciones de Pick-ups han paseado la placa cromada en forma de cruz que distingue a la marca por granjas, aserraderos y almacenes de todo el país.

Sin embargo, los amantes de los Chevy (tan populares son que hasta se les conoce por un seudónimo) de la primera era dorada quizás hasta hagan mejor en visitar otro país donde no sólo se conservan por docenas, sino que todos los que verá son modelos anteriores a 1960: Cuba. En la isla caribeña, antes de la revolución, la mayoría de coches eran americanos, con especial predominio de Chevrolet. No obstante, la llegada de Castro al poder supuso el fin del suministro, tanto de vehículos nuevos como de piezas de repuesto. Eso supuso que los mecánicos cubanos desarrollaran una gran habilidad para fabricar sus propios recambios, hacer injertos de chapas sacadas de autos de países de la órbita socialista, hacerles carburadores más pequeños para reducir el consumo de un combustible siempre escaso y otros apaños e inventos que, con el paso de los años y la creciente consciencia de contar con un tesoro, han convertido la isla en un museo rodante, en el que es posible encontrarse con un Chevrolet de los años cuarenta a la vuelta de cualquier esquina.

En los últimos años, Chevrolet ha tenido, en cambio, que acostumbrarse a las estrecheces: la quiebra de su matriz GM, la necesaria adaptación a modelos más utilitarios, pequeños y urbanos, con unas líneas convencionales que poco recuerdan a la gloriosa bizarría de sus modelos setenteros como el Vega o el Nova. Pero el viejo orgullo de Michigan todavía enseña a veces sus dientes, como demuestran las ediciones de los nuevos Camaro de 2010 y 2011 y que, en palabras del jefe de diseños “Fue un foco de luz para la compañía”. Para la legión de quienes hemos admirado su trabajo a lo largo del último siglo, ojalá que una luz destinada a seguir brillando otra centuria más.

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