El límite entre estilo y extravagancia

Algunas de las aficiones y objetos en las que invierten sus fortunas algunos millonarios, son comprensibles e, incluso, envidiables para el resto de los mortales. Sin embargo, más de uno sorprende por sus extravagantes gustos que parecen responder más al aburrimiento por gastar que a un interés real por su adquisición. Aunque, ya se sabe, para gustos los colores.

Para ser coleccionista de obras de arte, se requieren conocimientos, estar bien asesorado y, por supuesto un alto nivel adquisitivo. No obstante, no hace falta más que la última condición para poder hacerse con algunos de los cuadros más emblemáticos de autores como Picasso, Van Gogh o Renoir. Aunque es probable que si la Mona Lisa o Las Meninas se pusieran a la venta alcanzarían cifras de infarto, de momento Retrato de Adele Bloch-Bauer de Gustav Klimt se lleva la palma de los cuadros más caros, vendido por 135 millones de dólares en 2006.

Otra de las grandes pasiones de los coleccionistas con fortuna son los coches. El, considerado, más exclusivo y caro de los miles de tipos, marcas y modelos que existen es el Bugatti Type 41 Royale, del que sólo se produjeron 6 unidades (entre 1927 y 1933); y que ha llegado a alcanzar un precio de 15 millones de dólares, hace ya casi dos décadas en Japón.

Si bien estas desorbitadas inversiones pueden no sorprender, existen otros casos poco menos comprensibles. ¿Quién compra una Barbie de 85.000 dólares? Pues un auténtico fan de la muñeca que desee tener o la Barbie Diamante, co-diseñada por Mattel y De Beers para celebrar (en 1999) el 40 aniversario del nacimiento de la famosa muñeca. Su traje incluye unos 160 diamantes, así como varias piezas de joyería en oro blanco de 18 kilates. Con unos millones, también pueden hacerse con otras extravagancias, como una tarta cubierta de diamantes, una ciudad deshabitada o regalarle un lifting a su mascota.

Seguramente deseado por más de uno, el objeto más caro del planeta se encuentra fuera de él. Se trata de la Estación Espacial Internacional, cuyo coste de producción se estima en 100 mil millones de dólares estadounidenses, una cifra que pronto quedará corta debido a las numerosas reparaciones que precisa.

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