El embrujo de los dédalos

También uno de los más antiguos: aparecen grabados en tablillas micénicas, en monedas cretenses, en las tumbas egipcias y se sigue su rastro en narraciones y vestigios de muchas otras culturas primitivas.

Sus primeras expresiones nos llevan al neolítico, cuando se edificaron rudimentarios laberintos de piedra o se trazaron en la hierba para la celebración de danzas rituales,
aunque muchos de éstos solo pueden ser visitados por arqueólogos capaces de distinguir esas sutiles huellas. Sin embargo, algunos ejemplares conservados de los siglos XIII al XVI pueden todavía verse en muchos lugares del Báltico.

También la Iglesia medieval usó ese emblema para representar el peregrinaje, la travesía del alma para alcanzar a Dios e ideas análogas.  Los encontramos inscritos en algunas catedrales, como los famosos deChartres, Amiens o Lucca.

No es el objeto de este artículo entrar en la tipología y función de todos los laberintos que hay, pues ni tenemos espacio para ello ni la explicación es tan sencilla como para despacharla de forma tajante. Simplemente pretende iniciar en el conocimiento y aprecio de una fascinante manifestación cultural que ha tenido diversas encarnaciones a lo largo de los siglos.

Y por ello, no puede prescindir de la más prolífica de sus plasmaciones, por lo menos en tiempo moderno: la que se expresó mediante la jardinería desde finales de la Edad Media. Inglaterra, país que siempre ha excelido en las disciplinas botánicas, fue su introdoctura (algunos estudiosos maliciosos lo achacan a los discretos encuentros amorosos que posibilitaba) y de allí saltó a los palacios italianos y franceses, alcanzando su último pico de expansión y esplendor durante la construcción de alguno de los jardines románticos que prestan su encanto a muchas ciudades europeas y americanas.

Modernos o remotos, de seto o de piedra, pensados como invitación a la especulación filosófica o al esparcimiento despreocupado, unidireccionales que conducen a un centro ineludible o perdederos de muchas bifurcaciones, lo que sobresale de este patrimonio es su singularidad y diferencia, el hechizo que despiden y los lugares por lo común muy especiales en que se emplazan.
En el solar ibérico existen un puñado de bellos ejemplares, como el de La Granja de San Ildefonso, el Laberint d’Horta de Barcelona o el que se halla en la quinta de El Capricho en las afueras de Madrid. Pero si quiere conocerlos todos o familiarizarse con los de otras latitudes, acceda a ellos en el exhaustivo buscador de la Labyrinth Society.

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