El don de la transparencia

“Al mirar a través de un objetivo Hasselblad se ve más claro que mirando directamente a la realidad.” Puede que esta afirmación de fotógrafo profesional sea una exageración fruto de la pasión, pero cuando muchos de los que realmente lo experimentan sostienen ese mismo parecer es que algo especial ocurre.

Tampoco hay que extrañarse. Empuñar una Hasselblad ha sido siempre privilegio de profesionales o de muy buenos y acomodados aficionados. Una de las tradiciones más dilatadas y una de las reputaciones más inquebrantable en el mundo de la fotografía respaldan a esta casa sueca, fundada en Goteborg en 1841, en los albores de la disciplina.

Sin embargo, fue en los años 50 cuando con la salida de la 1000F, una de las cámaras que ya pertenecen a la leyenda del octavo arte, Hasselblad se convirtió en un patrón de referencia. Retratistas y publicistas quedaron prendados de sus prestaciones y con su uso ayudaron también a reforzar su prestigio. Una de las características de las máquinas Hasselblad es ser de “medio formato”, es decir, no funcionar con la clásica película de 35mm, sino con otras proporciones mayores que por eso mismo ofrecen mayor calidad en los resultados. Al requerir menos ampliación, los detalles son más nítidos, el grano más pequeño y también es más fácil manipular los negativos. Pero el coste de los dispositivos y del procesado también es superior al de las cámaras analógicas convencionales.

Aun así, el caso de Hasselblad es especial. Porque sus aparatos tienen un carácter muy especial: ensamblados a mano, su diseño apenas ha cambiado desde que salieran sus primeros modelos en los años 50. Algo que tiene lógica si tenemos en cuenta que su resistencia ha sido una de sus clásicas fortalezas: muchos de aquellas cámaras originales siguen funcionando hoy sin necesidad de haber pasado por grandes restauraciones. Y la continuidad también garantiza poder encontrar recambio hoy para aparatos que tienen más de medio siglo. Algo que también se refleja en el precio: muchos consideran que invertir en la casa sueca es un valor seguro, pues nunca se pierde mucho (y en ocasiones se gana bastante) cuando se revende una de sus piezas.

Como cualquiera de las grandes compañías del ramo, el paso al digital supuso un momento de gran incertidumbre para Hasselblad. Sin duda, había el temor de que con esa revolución se perdiesen parte de las ventajas que tenía el formato medio y con ellas el favor de sus incondicionales. Sin embargo, las nubes se disiparon pronto con su decidida apuesta por seguir con su apuesta de sistemas de medio formato y gama altísima, sólo que en digital. Además, también tuvo la cortesía de fabricar respaldos para adaptar los viejos cuerpos analógicos a la nueva tecnología. La clave, además de sus siempre cristalinas ópticas, reside en resoluciones astronómicas, que permiten una calidad incomparable cuando de hacer copias a gran tamaño se trata. La definición de que es capaz una cámara de 50 megapíxeles impresiona. Y en muchos casos, se ha podido pese a todo mantener la fisonomía clásica que tan asociada está a la casa.

Pero aunque hemos mencionado la cuestión de pasada hasta el momento, llega el momento en que tras oír tantas bondades uno se decide y no puede orillarla más: ¿Cuánto? Bueno, pues depende de si hablamos de un modelo nuevo o antiguo, analógico o digital, en perfecto estado o que necesite algunos ajustes. Un sistema H4D completo (lo mejor en digital) supera los 20.000€ en buena parte de los modelos disponibles. Pero si se buscan ofertas en tiendas de segunda mano, pueden conseguirse cosas en buen estado por mucho menos. Y si estamos convencidos, aunque en su momento sea un esfuerzo, siempre nos confortará pensar que tenemos en nuestras manos la cámara con la que Richard Avedon hizo algunas de las mejores fotos de la historia o la que todavía hoy posa sobre la luna, allí dejada por Aldrin.

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