De los hielos perpetuos

Desde luego entra en esa categoría el famoso y agónico esfuerzo que hicieron tanto la expedición noruega capitaneada por Amundsen como la británica acaudillada por Scott  para llegar los primeros al Polo Sur. De hecho, es fama que la segunda se dejó literalmente la piel en ella, pese a no obtener el honor que sí lograron sus adversarios. Esa historia tan apasionante como de trágicos perfiles puede aprenderse, por ejemplo, en el gran clásico  “El peor viaje del mundo”, de  Apsley Cherry-Garrard,  precisamente uno de los supervivientes de aquella malhadada tentativa.

Sin embargo, en el impulso y desarrollo de este ataque definitivo a uno de los últimos grandes hitos de la tierra que quedaban por hollar, tuvo enorme influencia un corpulento marino irlandés, conocido por sus pares como “el jefe” y de nombre Ernest Henry Shackleton. Este avezado aventurero participó en cuatro viajes al continente helado entre 1901 y su muerte en 1922,  y entre sus méritos se cuentan el de ser uno de los primeros en alcanzar la barrera de hielo de Ross, en escalar el monte Erebus o en atravesar la cordillera transantártica. Es más, hasta la llegada de Amundsen y Scott, fue el hombre que alcanzó una latitud más meridional, al quedarse a solo 180km del Polo Sur geográfico.

Pero si la figura de Shackleton viene siendo hoy cada vez más reconocida y venerada, seguramente hay que atribuirlo a la fama imperecedera que obtuvo entre 1914 y 1916, cuando abordó el proyecto de cruzar a pie la Antártida. Las cosas, sin embargo, empezaron a torcerse muy pronto cuando su barco, el Endurance, quedó atrapado en el hielo. Eso forzó a los expedicionarios a empezar una travesía titánica en trineo por el congelado Mar de Weddell, luego en barca hasta las Shetland del Sur y de allí, ya en grupo más reducido, a las Georgias del Sur, en las que una vez tomada tierra aun habrían de cruzar una dentada y jamás cartografiada cordillera para conseguir contactar con los habitantes chilenos del lugar y obtener ayuda para los que se habían quedado atrás en la Isla Elefante.
Este periplo, llevado a término en condiciones durísimas y con riesgos imponderables, todavía sigue considerándose como una de las cimas de la intrepidez y la voluntad de supervivencia, y hay quien mantiene que jamás se ha afrontado con éxito navegación más azarosa que la de Shackelton y sus hombres entre ambos archipiélagos.

Ahora, un nuevo proyecto de expedición ha vuelto a poner en el candelero la memoria de aquella edad heroica.  La han emprendido miembros de la Sociedad para la Conservación del Patrimonio Histórico de la Antártida de Nueva Zelanda, que salen a la búsqueda de dos cajas de whisky MacKinlay & Co que Shackleton y sus acompañantes dejaron atrás en su segundo viaje y que una expedición de 2006 descubrió atrapadas bajo el hielo.  La intención es restaurarlas y volverlas a enterrar, una acción que tiene un carácter promocional del tratado de conservación del legado antártico firmado por los doce países que coadministran el territorio, y que comprende además de la fauna y recursos minerales del lugar, la preservación de las cabañas y bases que se conservan todavía pertenecientes a pioneros como Scott, Shackleton o Carsten Borchgrevink.
Para más información también puede curiosearse este blog (en inglés).

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