Corazón de roca

Cincelada en piedra y hielo, obra de alta ingeniería abierta en su totalidad al tránsito rodado en 1940, los 232 kilómetros que separan Lake Louise de Jasper son una delirante sucesión de montañas de cumbres nevadas, bosques interminables, furiosas cascadas y glaciares que todavía desafían el signo climático de los tiempos. Y aun cuando frecuentada por muchos turistas en temporada alta, su grandiosidad espacial es de tal magnitud que en ella se tiene la sensación de estar recorriendo una ruta apartada y única por uno de los techos de la tierra.

Nombrada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1984, la aventura comienza a las orillas del Lake Louise, quizás la imagen prototípica y quintaesencial de este formidable desfile. Desde ese hito, se progresa por un tramo cubierto de otros lagos que cubren toda la gama de los verdes, azules y turquesa, por la presencia en su seno de polvo glaciar que impide la absorción de esas tonalidades: el Hector, el Peyto y tantos más que dan esplendor acuático al camino.

Son los prolegómenos de una lenta ascensión hacia el anfiteatro culminante y sorprendente de la parkway: los campos de hielo de Columbia. Allí, a una elevación de más de 2.000 metros, un glaciar inmenso y visible se abre para pasmo de propios y extraños: rodeado de afilados picos y licuado en un lago que da paso al poderoso río Athabasca, que de su lecho gélido irá a morir al Ártico, es definitivamente uno de los paisajes más sobrecogedores que puedan admirarse.

Tras ese deslumbramiento, el mismo río sigue hasta Jasper, dejando a su paso un reguero de cañones y cataratas que atestiguan una titánica y multisecular lucha de los elementos. Mientras a sus riberas florece una naturaleza ubérrima que da cobijo a una rica y todavía bien preservada fauna que incluye osos, alces, uapitis, marmotas y hasta caribúes, todos ellos visibles con un poco de fortuna.
Al llegar a Jasper, acaso extenuados de tanta belleza, podremos recapitular de las experiencias y visiones de un viaje que a buen seguro se ha de contar entre los más formidables de los que guardemos memoria.

Pero si, de momento, no tenemos los medios o el tiempo para acometer este trayecto, siempre nos quedará la red para paladear un adelanto de las maravillas que nos aguardan.

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