Confort salvaje

El despliegue colonial europeo en África, como ocurrió con la conquista americana del oeste, tuvo en la extensión de las vías férreas uno de sus motores, a la vez que una de sus más osadas acometidas. Fueron obras de una gran complejidad ingenierística por la vastedad de las distancias que abarcaban, la accidentada geografía que cruzaban y la panoplia de situaciones geopolíticas con que debían lidiar. Sin embargo, muchas resultaron ser obras perdurables, hasta el punto de que todavía se conservan buena parte de aquellas líneas y trazados, que además contribuyeron enormemente a la penetración en el continente negro o a la pujanza comercial y demográfica de ciertas ciudades frente a ciertas otras.

Lo que ya es más insólito es que sigan en funcionamiento los vagones y máquinas que prestaron servicio en aquella belle epoque de los primeros compases del siglo XX. El Blue Train empezó su negocio en 1923 como un medio distinguido de transportar a las clases acomodadas de Johannesburgo a los muelles de Ciudad del Cabo, de donde partían los barcos a Inglaterra. Y poco a poco fue mejorando sus prestaciones: vagón-restaurante, acabados de máxima comodidad, aire acondicionado. Así, muy pronto sus amplios compartimentos se habían convertido en suites exclusivas. Y cuando en 1937 pintaron su carcasa de acero en color zafiro, el tren adquirió el nombre de “tren azul” que ya no abandonaría.

Solo la carestía e inseguridad en los transportes transatlánticos de la Segunda Guerra Mundial detuvieron la marcha de este gran hotel rodante. Pero después siguió deleitando en sus sucesivas encarnaciones (fue reformado y modernizado primero en 1972 y luego en 1997) a unos viajeros que ya no tenían un motivo imperioso para hacer el trayecto más allá del disfrute de su ambiente excepcionalmente refinado y del paisaje fuera de lo común que aun puede verse desde sus ventanillas.

Unos postremos retoques, que no han restado romanticismo o empaque clásico a la propuesta, se han ultimado en la pasada década. Desde 2002, por ejemplo, la ruta tiene 1600 kilómetros, tras haberse alargado su cabecera hasta Pretoria en el recorrido convencional (aunque haya otras esporádicas posibilidades y ramales por los que circular, así como alguno que se suspendió por la convulsa situación de la vecina Zimbabwe). Ahora bien, lo que permanece invariable son los inmensos espacios africanos, las cordilleras montañosas, las tumultuosas cascadas o los imponentes bosques y páramos que se divisan mientras uno comparte tertulia con otros de los afortunados ociosos que se han permitido el capricho o bien despacha alguna vianda en el refinado vagón restaurante.

Eso y la siempre excitante sensación de andar montado en una de esas vías legendarias que forman el cogollo, la aristocracia del transporte férreo mundial.

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