Con mucho estilo gráfico

El placer físico de la escritura es una sensación que quizás no todos aprecien, pero entre sus incondicionales son abrumadora mayoría los que saben perfectamente qué instrumento lo proporciona en mayor grado.

Aunque haya dejado de ser un objeto eminentemente práctico, puesto que la escritura manuscrita ha decrecido mucho y otros útiles más económicos y desechables le han ganado terreno en la vida común, la pluma se ha convertido en algo que trasciende su pura función. No ya porque pueda ser un óptimo regalo para grandes ocasiones, un presente para intercambiarse en la firma de grandes contratos, convenios o tratados o una codiciada pieza de colección, sino porque su uso se asocia al lujo del tiempo para hacer las cosas con sereno esmero y jubilosa entrega: con una pluma posiblemente uno no haga los números para llegar a fin de mes o anote la lista de la compra y más bien la emplee para escribir a un amigo o remitir una tarjeta con trabajada caligrafía a una persona amada.

El origen, parece que real y no legendario de la pluma, ya manifiesta ese ánimo de pulcritud y elegancia: se dice que el corredor de seguros Waterman malogró un contrato por un borrón de tinta y que decidió que no le volvería a ocurrir. Así, puso todos sus empeños en el diseño de un sistema seguro de carga de tinta. Luego vinieron otras innovaciones que lo convirtieron muy rápidamente en utensilio obligado para profesionales y caballeros a finales del XIX y principios del XX.

Su demanda era por lo menos suficiente como para que algunos fabricantes se especializaran en ellas; firmas cuya permanencia indica que siempre han contado con adeptos y consumidores y han sabido adaptarse al cambio de los tiempos. Nombres como los de S.T Dupont, Montblanc o Montegrappa, con un siglo o más a sus espaldas, merecen ya la denominación de clásicos.

Como ocurre con otros ámbitos en los que se aúna la artesanía y la precisión, el diseño y la ingeniería –caso de los relojes o los automóviles de lujo- el de las plumas estilográficas abarca una gran diversidad de posibilidades. Y, por supuesto, es posible encontrar plumas sobrias y eficaces de marcas irreprochables por precios muy razonables. Pero también hay mecanismos que bien por su finura y garantía de uso, por el prestigio del fabricante o por los materiales con los que se confeccionan pueden valer sumas muy imponentes.

Valgan a modo de ejemplo plumas tan ostentosas como la Boheme Papillon de Montblanc, engastada en diamantes y que se acerca casi a los 200.000 Euros, La Modernista Diamonds que Caran d’Ache, que aparece en el Guiness de los records como la más cara o la Forbbiden City de Visconti que sale por poco más de 50.000 dólares.

Pero por precios algo menos desorbitados se pueden encontrar preciosidades como la que David Oscarson hizo para homenajear al maestro del temple Jacques de Molay (sobre los 4.500 €) o las plumas del año de Graf von Faber-Castel, con sus ya arquetípicos remates en madera y que cada año los aficionados esperan con curiosidad.

Y es que hablamos  es un mundo muy amplio, con mucha oferta según nuestras posibilidades y que podemos empezar a explorar desde páginas especializadas como estilográficas.net.

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