Este fin de semana, los católicos celebramos la festividad de Todos los Santos y el Día de los Difuntos. Dos fechas para recordar a los que ya no están con nosotros y para rezar por ellos con especial devoción.
Son días especialmente tristes ya que todos echamos de menos a algún familiar, amigo o pareja que ha fallecido, aunque tratemos de asimilarlo desde la fe en que estarán en el cielo disfrutando de un lugar mejor que el que dejaron. Pero aún pensando desde el punto de vista de la vida eterna, superar un duelo no es nada fácil.
Durante el proceso que empieza con la muerte de una persona cercana, lo normal es que pasemos por varias fases:
- La del impacto: empieza en el momento en el que recibimos la noticia y nos obliga a aceptar la realidad y tratar de entender lo que ha ocurrido. Esta etapa, a veces, va acompañada de rabia, dolor, insomnio, etc.
- La de negación: después de ”shock” inicial, muchas personas no pueden creer lo que está ocurriendo e incluso se llegan a convencer de que hay un error. Esto no es un ataque lo locura transitoria, ni mucho menos. Se trata de un mecanismo de defensa que tiene nuestro organismo y que, ante una situación de tanto dolor, nos hace pensar por unos segundos que no puede ser cierto lo que estamos viviendo, incluso hay quienes tratan de “negociar” sin éxito, obviamente, con el médico, con Dios, con la vida para que les devuelva a su ser querido.
- La de desesperanza y depresión: es muy dura ya que se da cuando nos damos realmente cuenta de que la persona querida nunca volverá. La angustia y la pena se apodera de nosotros y vemos que todos nuestros intentos anteriores por cambiar la realidad han fracasado. En esta fase es donde más nos atascamos y es la más compleja de superar.
- La de ira: tras la depresión, tratamos de rebelarnos contra la realidad y culpamos a Dios o al mundo de lo que ha ocurrido. Sentimos dolor, rabia, indignación y nos preguntamos el porqué de las cosas.
- La de reorganización: en ella queremos poner en orden nuestras ideas y en nuestra vida. Sabiendo que es muy duro todo lo que estamos viviendo pero sabiendo que no nos queda más remedio que seguir adelante.
- La de superación: aparece cuando empezamos a recordar a la persona que ha muerto con cariño, disfrutando de los mejores momentos que vivimos con ella, y siendo capaces de hablar del tema sintiéndonos orgullosos de haber formado parte de su vida. La mayoría de los especialistas en la materia, médicos y psicólogos consideran que, aún así, hay fechas señaladas como los aniversarios, cumpleaños, Navidad o el propio día de los Difuntos en el que es normal estar triste o recordar con cierto sentimiento de pena que nuestro ser querido no está ya con nosotros.
La muerte de un familiar, un amigo, nuestra pareja o alguien cercano es una de las circunstancias más duras a las que nos enfrentamos en nuestra vida, pero, aunque nos parezca imposible pensarlo, es una de las experiencias que más madurez nos va a dar y sobre todo nos permitirá conocer bien nuestro interior mientras dura el duelo.
También es verdad que, aunque la muerte en sí misma es una tragedia, la intensidad del duelo varía en función de las circunstancias en las que ha ocurrido, los años que tenía la persona y los que tenemos nosotros, etc. lo normal es que dure aproximadamente dos años. Eso no quiere decir que en ese periodo vayamos a olvidar la pérdida, sino que nos resultará más sencillo tratar el tema.
En definitiva, días de flores en los cementerios y de alguna lágrima que se evapora para rendir homenaje a los nuestros mientras los más jóvenes se disfrazan y disfrutan de la noche de Halloween decorada con telas de araña, brujas y calabazas. ¡Ánimo!