Arquitectura para el arte

La historia arquitectónica de los museos es un tema tan extenso y estudiado que difícilmente podría resumirse en un único artículo, sin embargo, sí es posible dibujar algunas pinceladas acerca de su evolución haciendo hincapié en el aspecto turístico que ofrece la visita a algunos de los museos cuyas peculiaridades han contribuído históricamente a la evolución del modelo clásico de centro de arte.

Nueva York es una de esas ciudades perfectas para viajar, ofrece un abanico tan grande de atracciones que, por muy curiosos que sean los gustos de quienes la recorren, nunca defrauda. Pues bien, entre sus gigantescos rascacielos destaca un modesto edifico de hormigón blanco de forma helicoidal que constituye un punto y aparte en la arquitectura museística. Se trata del Solomon R. Guggenheim Museum (1937), un edificio escultórico proyectado por Frank Lloyd Wright que se recorre a través de una rampa hasta llegar a una cubierta acristalada que permite el paso de luz natural a todo el conjunto.  Famoso por sus exposiciones temporales de arte contemporáneo, sin duda, es una buena excusa para organizar un viaje a la Gran Manzana y, de paso, visitar algunos Centros de Arte cercanos como el Metropolitan Museum of Art o el Museo del Barrio.

De igual modo, en Berlín encontramos la Neue Nationalgalerie (1968), del genial arquitecto Mies van der Rohe, cuya sencilla perfección choca con las formas orgánicas del Guggenheim. Se trata de uno de los museos más flexibles del mundo, ya que su interior diáfano permite la entrada de obras de gran formato, así como estructurar recorridos de lo más variopintos en su interior. Vidrio, piedra y acero son los materiales escogidos para este museo berlinés que, siguiendo el modelo clásico que impera en la ciudad, también se alza sobre un podio, como si de un templo griego se tratara. Muy cerca de él se encuentran algunas de las atracciones turísticas por excelencia de la ciudad, como el monumento al holocausto, la filarmónica o el Sony Center.

La siguiente parada de nuestro peculiar recorrido es en París, donde Richard Rogers y Renzo Piano llevaron a cabo su revolución particular edificando el Centre Pompidou (1977); un edificio que parece confuso -por mostrar en el exterior todas las instalaciones y los elementos de comunicación vertical (ascensores y escaleras mecánicas)- pero que, en la práctica, funciona con mucha fluidez. Nunca está de más visitar la ciudad del amor, conocer el museo, y pasear hasta Notre Dame para luego disfrutar del atardecer en el Sena.

Por último, aterrizamos en Londres, donde nos encontramos con la antigua central eléctrica de Bankside, convertida en Centro de Arte Contemporáneo por los arquitectos Herzog y De Meuron, o lo que es lo mismo, con la TATE Modern (2000). El museo conserva gran parte del trazado original de Sir Gilles Gilber Scott y la gran aportación de la pareja de suizos es la creación de un enorme espacio expositivo, que constituye el corazón del museo, en la antigua sala de turbinas. Sus gigantescas proporciones permiten realizar exposiciones temporales de lo más peculiares, en las que se le propone a un artista que utilice el espacio como le plazca. A pocos metros de la antigua central encontramos una joya de la arquitectura brutalista, la Hayward Gallery; la visita a la TATE también es una buena oportunidad para cruzar el Millenium Bridge, de Sir Norman Foster, o subir a lo alto de la cúpula de Saint Paul’s Cathedral.

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