Argentina

Mi mejor viaje y el de mis tres vecinas de la planta ocho fue a Buenos Aires, y eso que ninguna de nosotras ha estado nunca en Argentina. No, no es un juego de palabras. Fue Lupe quien viajó a Buenos Aires. Esta es la historia del mejor viaje de nuestras vidas.

Lupe, morena, pelo largo y rizado, sujetado con coloridos pasadores de plástico. Entró en nuestras vidas cuando estrenamos piso y matrimonio. Universitarias, trabajadoras y sin ninguna experiencia en atender una casa. La contratamos entre las cuatro. Lupe cantaba y reía mientras limpiaba nuestros pisos según día y puerta acordados. Cuidó a nuestros bebés cuando estaban enfermos, nos animó cuando estábamos tristes y nos enseñó a cocinar mientras aprendíamos de memoria las mejores coplas.

Lupe formó parte de nuestras vidas, las del ocho, nos llamaban, y nosotros decidimos inmiscuirnos descaradamente en su intimidad cuando descubrimos que se “caía” demasiado a menudo.

Juan, marido de Lupe, taxista malhumorado, le pegaba. En palabras de la propia Lupe, “era un buen hombre” ya que solo le pegaba el día que libraba, “porque volvía borracho a casa”, “sereno, nunca lo haría” Escuchábamos escandalizadas aquellas justificaciones, aunque en posteriores conversaciones descubrimos que le odiaba, le temía.

Nosotras, jóvenes, modernas, cultas, feministas, libres y valientes no podíamos permitir aquella atrocidad tan cerca de nuestras vidas. Trazamos un plan para aumentar la autoestima de Lupe, enseñarle a leer y a escribir y por otro lado, el día que Juan libraba, siempre teníamos una emergencia que “obligaba” a Lupe a quedarse en uno de nuestros pisos como “canguro” de nuestros hijos. Cuando Lupe llegaba a su casa, Juan ya dormía la borrachera semanal. Conseguimos reducir los golpes y que Lupe obtuviera el graduado escolar. Le enseñamos a valorarse para que pudiera dejarlo cuando ella lo decidiera. Cuando la veíamos sonreír con picardía y el ojo morado, sabíamos que faltaba poco. Pero no hizo falta esperar mucho. Juan murió, de repente, durmiendo.

Fuimos las cuatro juntas al funeral. Lupe de luto riguroso, el rosario y el pasador del pelo de plástico negro. Nos citó en su casa aquella tarde, a merendar, dijo. Pensamos que era una costumbre del Sur. Pero era… una celebración. Lupe quería darnos las gracias. Empezaba una nueva vida para ella. Podría recuperar a sus hijos, quienes habían huido de su padre y a los que Lupe solo veía a escondidas de Juan.

Por la noche, reunidas las cuatro, decidimos hacerle un regalo a Lupe. Las casas podían pasar del impecable orden y limpieza de Lupe unas semanas. Le compramos un billete de avión a Buenos Aires donde vivía su hija mayor y podría ver por primera vez a su nieto. Todas reímos y lloramos a la vez.

Actualmente, Lupe, ya muy anciana, lee poesía. La visitamos frecuentemente con nuestros nietos, a quien ella sigue contando aquel maravilloso viaje. Seguimos siendo “las del ocho”, aunque ya ninguna vive en aquella octava planta.

Argentina fue y será siempre el mejor viaje de nuestras vidas.

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